Hoy miércoles, 11 de septiembre en Madrid, el Jardín Botánico está desierto. La lluvia y los colores del cielo no animan a descubrir la flora de este sagrado rincón de la capital. Me siento en unos escalones, tal vez los mismos que ocuparan los maestros, mirando los cipreses ...
Es miércoles, segundo de septiembre y las paredes de Madrid todavía están humedecidas de la resaca olímpica, mientras el puente aéreo responde con un botellón senyerista en el Mediterráneo. El mismo 11/once, también septiembre, de hace 90 años, éste Jardín Botánico silenció cinco minutos, sus arboles se saltaron la norma. Porque unos escritores y pensadores que habían sentido la gravedad de Mallarmé conmemoraban el 25 aniversario de la muerte del poeta francés, confundiendo el verano y el otoño. Eugenio D’Ors, Ortega y Gasset, Chacón, Bergamín o Bacarisse formaban parte de una alineación cultural que se muteó durante 5 minutos. Ya no se puede fumar en ninguno de sus espacios, la modernidad solidaria ha impregnado cualquier paraíso natural. Llueve, y me tomo un descafé
Soy fan de Lezama Lima, un gigante cubano que estilizó las mejores sombras femeninas de la literatura en castellano. Y Lezama fue un gran admirador de Mallarmé, dedicó muchas líneas a la compleja experimentación creativa del galo . Stéphane Mallarmé (le bautizaron Etienne) había nacido en marzo de 1842 en Paris. Vivió con sus abuelos tras la muerte de su madre, con 20 años conoció a la alemana Maria Gerhard, se escaparon a Londres. Se hizo profesor de ingles y regresaron como matrimonio a su pentágono simbólico francés para trabajar en un puñado de institutos y liceos . Lezama Lima dice que es “uno de los grandes centros de polarización poéticos”, y da en la diana. Alrededor de la propuesta de Mallarmé crecieron poetas alemanes (Stephan George, Rilke), paisanos (Verlaine, Valery), irlandeses como W.Y.Beats. un simbolismo creciente que integró a músicos como Claude Debussy, Ravel, o Pierre Boulez. Incluso la pictórica de Manet. Un corazón vanguardista que influyó tanto y tan bien en las generaciones posteriores , y que , victima de un espasmo, murió escribiendo el poema Herodias, el 9 de septiembre de 1898.
La tarde madrileña del once de septiembre de 1923 nace nublada, y en el Jardín Botánico, junto a una minoría de familias que cree en los arboles, van llegando unos señores, muy de cine en blanco y negro. Es una cita/homenaje , un antecedente del flashmob donde faltan Azorín-.el rey del silencio-, Ramón Gómez de la Serna –que se excusó por un entierro-, o Juan Ramón Jiménez, enfermo y escribiendo “después del resplandor súbito/venia un vacío frio…/fui seguro hacia su sombra/-pero ciego-“, que tuvo el detalle de decir “estoy con ustedes”. Los abrigos de Eugenio D’Ors, Enrique Diez Canedo o José Moreno Villa se reúnen con las chaquetas jóvenes de José María Chacón, Antonio Marichalar, José Bergamín, Mauricio Bacarisse o Alfonso Reyes. Don Eugenio recuerda aquellos píos minutos dedicados a Mallarmé, “el primer minuto pudo pecar de dispersión y de aleteo, el segundo cayó con lentitud espera, el tercer minuto se distrajo con una figura que pasó por las cercanías, el cuarto, tuvo calidad de roce de ola, y el minutos final se quedó vacío”.
Estuvo aquella tribu de bohemios y académicos sentada en unos escalones del JB.- Alfonso Reyes inmortalizó la escena con una Kodak. Mauricio Bacarisse era un habitante eterno del recinto, su “basílica vegetal, con las agujas de sus cipreses”. Aquel silencio de 5 minutos fue para Ortega y Gasset como “atravesar una plaza grande y vacía bajo el sol, agorafobia”. Mallarmé había escrito “los mástiles que se inclinan hacia los naufragios”. El mismo Ortega que infiltra la teoría del azoramiento: cuando creemos que alguien descubre aquella intimidad nuestra que muy especialmente queremos tener oculta. Para el maestro Bergamín la formula era Mallarmé= Baudelaire+Poe, que luego cuestionó. Marichalar rescató del refranero “hablar es dispersarse, callar es concentrarse” para emular aquella tarde. A los cinco minutos Diaz-Canedo, cronometrador oficial, puso el punto final.
Hoy miércoles, 11 de septiembre en Madrid, el Jardín Botánico está desierto. La lluvia y los colores del cielo no animan a descubrir la flora de este sagrado rincón de la capital. Me siento en unos escalones, tal vez los mismos que ocuparan los maestros, mirando los cipreses, queriendo escuchar las palabras que a cada paso, pronunciaban los arboles hace un siglo. Como en el naturalismo de Goethe. Si aquellos 25 años narraron una tarde memorable, los 115 que se cumplen hoy en la desaparición de Mallarmé han servido para descubrir la ambición de una vida moderna. “un coup de dès jamais n`abilora le hasard” (una tirada de dardos jamás derogará el azar). La mejor semilla poética del siglo 20. Mallarmé no murió en el Jardín Botánico, resucitó.