Dentro de la gabardina mi cuerpo hierve con el fuego de las futuras caricias, se abre paso con eso que llaman amor instantáneo, nada parece más importante ahora como comer uvas ...
Viste gabardina clara y gafas oscuras los viernes y sábados por la noche y sale a buscar esos instantes que tienen las despedidas envueltas en un paisaje tierno y que si las estiras se convierten en deslucida melancolía que se marchita como flor cortada al tercer día. En el bolso lleva los recuerdos de un calendario que nunca vuelve, toma vodka seco, bebe con pereza y las olas del tiempo rompen contra los cristales oscuros de sus gafas, ella indiferente y ojerosa tras la montura roja, come uvas lentamente en la barra, pensando cómo llenar su cama esa noche y no de recuerdos. Mira la cabeza de todos los que pasan y le resulta extraño que la DJ pinche por tercera vez consecutiva el “Alquimística” de Schwarz. Esa música debería envolverla pero lo que hace es envasarla al vacío, piensa en seguir bebiendo vodka para dejar de pensar, seguir mirando cabezas y construir personajes con cada una de ellas. Una mujer se sienta a su lado, por sus rasgos asiáticos piensa que debe ser de Hong Kong, o tal vez no. La turista asiática mira los racimos de uvas encima de la barra, mira la gabardina clara como esta noche de agosto, mira las gafas oscuras sobre montura roja... Tal vez no le conviene mirar pero mira desde el fondo de sus largas pestañas, mira y me hundo en el infinito tenue de las catedrales de sus ojos. Dentro de la gabardina mi cuerpo hierve con el fuego de las futuras caricias, se abre paso con eso que llaman amor instantáneo, nada parece más importante ahora como comer uvas pero cuando el huracán de su aliento retumba contra mis senos, alcanzo a decir: “Hay un sabor como metálico en el viento y el tiempo desciende o asciende (según como se mire) hacia ninguna parte…”.