ISSN: 1578-8644

LUKE nº 152 - Octubre - Noviembre 2013



Cámara oscura

Alex Oviedo

Pero lo que llama la atención del edificio no es que se trate de un coqueto café, sino que dentro cuenta con un cine ...

En la carretera a Rye, en East Sussex (Inglaterra), en un pueblo llamado Hawkhurst existe una pequeña casita de ladrillo rojizo y tejado a dos aguas en cuya entrada se lee: “Kino. Cinema. Bar. Café”. En otro cartel junto a la puerta se dice que en el local ponen el mejor café de la zona y pasteles de escándalo (y conociendo el buen gusto inglés por la repostería no dudo que sea cierto); o que tienen además una pequeña terraza ideal para el verano y para la charla distendida. Pero lo que llama la atención del edificio no es que se trate de un coqueto café, sino que dentro cuenta con un cine. Ochenta butacas de color rojo, pantalla al estilo de cualquier multicine y la posibilidad de ver los estrenos de la semana. El Kino tiene otra particularidad: en su interior no se pueden comer palomitas ni beber Coca-Cola (al menos en esos enormes vasos con tendencia a la aspiración); tampoco alimentos que hagan ruido y molesten al espectador. Pero, eso sí, uno puede entrar con una copa de vino, una cerveza o unos paninis que acompañen silenciosamente el desarrollo de la película. Pocos minutos antes de la proyección, algunos anuncios estáticos, casi tarjetas de visita luminosas, nos recuerdan las bondades del comercio local. Sin música, como dioramas de otra época. Y cuando se apagan las luces, con la sala prácticamente llena, uno se siente de nuevo parte de ese reducto de amantes del séptimo arte, una copa de Chardonnay en la mano y los ojos atentos a los primeros fotogramas de Prisioners. Con la sensación de que aún quedan pequeños espacios en los que uno podría caer prisionero también, pero del cine.