Una mujer mira lejos, al otro lado del muro, reflejando en sus ojos el mar y la sombra. Una mujer poseída por la duermevela, acurrucada entre las sábanas, sin desabotonar del todo el rostro ni la voz ...
En una ocasión conocí a una mujer maravillosa
que cantaba con las yemas de los dedos
y sus ojos eran marrones
como pájaros pequeños
Anne Sexton (Furia de guitarras y sopranos)
Primera cuerda: enero
He escogido hablar y callo. No se divisa nada desde mi ventana y el amanecer le cuesta demasiado a los versos. Transeúntes descalzos de estos versos, habéis de volver a recitar en voz baja. No voy a componer una balada demasiado triste. Roncando entre sábanas blancas, he desnudado a una muchacha que quiso engañar al invierno. Vaciándose de un sol mentiroso le he prometido todas las primaveras Y era enero, el mes orgulloso, el traidor que me quemó los labios de frío. Y era enero el mes que perdió a la lluvia. Alguien debería vigilar por si anochece. La oscura niebla que envuelve el errante delirio delatará al último peregrino, y cuando las campanadas resuenen ausentes, entonces, detrás del manto nocturno, un pendiente de plata será la luna y toda la sangre derramada se vaciará en una copa de vino que, al prender la luz, para ti serán lágrimas y para mí blancura o nieve. Y será enero, el del gentil bostezo, quien diga la última palabra… Y ésta nunca podrá ser y no será... Alegre.
Arpegio
El desierto se expande. La arena y la soledad se abrazan y crecen, y crecen. Todo se encuentra manchado y oscurecido por el sonido del polvo.
Balada de Yen el eunuco
Conservo poemas que no han descrito los últimos viajes. Releo añoranzas en las tardes del gusano que inventa la seda. Contienen vientos de poniente escritos en mis labios tiernos. Mujer, soñada despacio en el cauce de gesto profundo, ¿quién podrá descifrar tu pequeña metáfora? Has sido hecha de barro para denostar el existir. Y yo, pasajero de porvenir ausente, he buscado en la música palabras que escupir al rostro de mis lienzos imposibles ¿Quién empujará estas alas? ¿Quién hará que haya luz en el cráter de ese volcán que otros llamaron ombligo? ¿Por qué nos sacuden su letargo las aviejadas horas de la tarde? ¿Por qué tu silencioso nombre se ha teñido de atardecer? Describiré las ondas que el mar me dio como simiente. Con los ratos rescatados de sus abarrotados renglones, tejeré una noche de tempestad que sueñe la calma La sonrisa macabra de ese pirata, llamado olvido, llorará el desconsuelo del sauce; y, altanero y rojo, el ojo dorado que produce la sombra aguardará, al borde del camino, toda una vida, para anunciar el siguiente amanecer.
Pausa
¿Se desangra el reloj? ¿Crece o decrece el tiempo? ¿A quién preguntar? El mar se ha tragado el último grano de arena.
Una mujer
Una mujer mira lejos, al otro lado del muro, reflejando en sus ojos el mar y la sombra. Una mujer poseída por la duermevela, acurrucada entre las sábanas, sin desabotonar del todo el rostro ni la voz. Esa mujer contiene en su envase la espuma, y el aire, y el color, y la aurora.
La sexta cuerda
Resuena en la última cuerda una tierra de olvido. La balada duerme entre camisas de algodón y el sol no llora estos vestuarios. Mi amor cuelga de un tic tac de reloj tuerto. Viento… Viento sur… ¿No oyes maullar a los gatos? En la copa del último árbol beberé el amargor de mi vieja estrella.