aprovechaba los ecos del cuarto de baño para tocar sin amplificador; era capaz de repetir el rugido de una guitarra al caer; cualquier acople no deseado era adaptado hasta convertirlo en música ...
John Allen Hendrix nació en Seattle, el 27 de noviembre de 1942. Hijo de Al y Lucille Hendrix, no convivió con su padre hasta 1945, cuando éste regresó de la II Guerra Mundial. Su madre, una mestiza Cherokee, tuvo dificultades al quedarse sola con el pequeño y, tras el regreso de Al, la pareja se rompió. Jimi fue rebautizado por su padre como James Marshall Hendrix, que se lo llevó a vivir con él. Atraído por la armónica y los pianos, incapaz de leer y estudiar música, aprendió a tocar la guitarra a fuerza de practicar.
Jimi creía que tenía la peor voz del mundo, y jamás permitió que nadie le viera mientras cantaba en el estudio. Jimi cantaba tras varias pantallas de amplificador, asomando su cabeza de vez en cuando.
Bill Cox (bajista) solía despertarlo cada mañana, descubriéndolo tendido sobre la cama, vestido con la misma ropa de la noche anterior y la guitarra encima. Charles Washington, saxofonista y mayor del ejército, afirma que Hendrix siempre estaba en el séptimo cielo. Era muy difícil conocer qué pensaba exactamente; no participaba en las charlas cotidianas y permanecía observándolos mientras conversaban.
El padre de Jimi solía tocar el saxo con él. Improvisaban a todo volumen en su vivienda de un barrio destartalado. Al Hendrix sabía que Jimi llegaría lejos y en muy pocos años llegaría a ser considerado el mejor guitarrista del mundo.
El joven Hendrix se alistó en el ejército, como paracaidista. En él vio un modo de sobrevivir, aunque finalmente lo dejó por la guitarra. Tocó con Ike & Tina Turner, King Curtis, Joey Dee y Little Richard.
Con su primera novia, Fayne Pridgun, frecuentaba los clubes de moda en busca de una oportunidad. Jimi solía pedir una oportunidad para tocar, que le negaban. Fayne le animaba a que lo olvidara, pero a la vuelta de un rato volvía a intentarlo. “No entiendo por qué no me dan una oportunidad”, se lamentaba... hasta que lo hicieron. Pero no en Estados Unidos, sino en Londres. Chas Chandler le buscó una banda, la Experience, en la que Jimi sería la estrella. Con aquella banda, Jimi convirtió la guitarra en instrumento solista, iniciando una revolución tan importante o más que la iniciada por los Beatles.
Jimi no leía sus contratos y firmaba con cualquiera que tuviese un bolígrafo. Eso le causó bastantes problemas a lo largo de su carrera. Los que le conocieron, dicen que era un constante subir y bajar. Tocaba veinticuatro horas al día, intentando plasmar aquella “expresión”, sospechando que tenía algo grande entre manos.
Solía dormirse con la guitarra entre las manos; aprovechaba los ecos del cuarto de baño para tocar sin amplificador; era capaz de repetir el rugido de una guitarra al caer; cualquier acople no deseado era adaptado hasta convertirlo en música.
Un manager recuerda cómo un tipo desconocido se le acercó a Clapton –por aquella época considerado el mejor guitarrista del mundo–, y le preguntó a ver si quería oírle tocar. Éste acepta, y Jimi enchufa la guitarra y toca un blues rápido y alucinante, con todo el numerito.
La primera banda oficial de Jimi, la Experience, fue una formación singular. Al bajo, Noel Redding, que se presentó a la jam session con intenciones de tocar la guitarra en The Animals. A Jimi le moló su pelo y le pidió que tocara el bajo. Mitch Mitchell, el batería, era como una farmacia ambulante. Podéis imaginaros cómo era la banda, creada para lucir los egos de Hendrix, obsesionado por ser reconocido. Más tarde, Noel dejó la banda, y Jimi recuperó a su compañero del ejército, Billy Cox. Tras su regreso de Gran Bretaña, convertido en una estrella, comienza a tocar con músicos diferentes, frecuentando las jam session. Forma la Band of Gypsys, con Buddy Miles y Cox, con quienes parece más relajado, aunque ciertamente cansado y deprimido, en gran parte debido al consumo de drogas.
Jimi había ido sumergiéndose en el circo que él mismo había creado. Pasó del LSD a la cocaína, lo cual aumentó su desazón. Solía llevar a cuestas un auténtico séquito allá donde viajaba. Las salas de control del estudio estaban llenas de gente. Todo el mundo le decía cosas, aconsejándole, pero él sólo les contestaba: “Dejadme en paz...”.
A partir de 1969, su aspecto se torna crónico. Fue la vorágine de una existencia llena de altibajos en su forma de vida, la impotencia de su descontrol, la vertiginosa rapidez con la que se desarrollaron los acontecimientos y el circo levantado a su alrededor, la droga y una incapacidad para tomarse tiempo para las cosas... eso hizo de Jimi Hendrix una historia rápida, e inestable. Así, tras la terrible crecida en vertical, Jimi comienza a cambiar hacia 1969. Se le puede ver como ausente, mostrándose notablemente serio durante sus actuaciones. Puede ser que Jimi estuviera atravesando una depresión, pero sólo con tocar su guitarra garantizaba el éxito sobre el escenario.
El día 18 de septiembre de 1970, Jimi Hendrix muere a causa de una sobredosis de barbitúricos, ahogado en su propio vómito. No existen pruebas suficientes para afirmar que se tratara de un suicidio, y jamás había sido adicto a la heroína. Los que le conocieron, afirman que estaba a punto de pasar a una nueva fase. Había dejado sus payasadas e incluso había evolucionado en su estilo y modo de cantar, aunque la vertiginosa marcha de su tren impidió que pudiéramos disfrutarlo.
Hubiese sido magnífico disfrutar de Hendrix sin estar “colocado”. Es posible que nuestros músicos de hoy resulten infinitamente más mediocres, aunque al menos parecen integrar mejor sus vidas. Y eso ya es suficiente.