ISSN: 1578-8644

LUKE nº 149 - Mayo 2013



Tras la persiana

Zuriñe C.

Además pensaba que solo él los veía, es más, creía que solo él poseía la capacidad de hacerlo ...

Ro guardaba su secreto en secreto. Ni tan siquiera De, que la mayoría de los sábados y algún que otro lunes despertaba en la esquina opuesta de la almohada, lo sabía.

Nunca se cuestionó contárselo, aunque De era para él una de esas Fundamentales, igual que el vino de 3,40 y los sauces cuando nieva.

Además pensaba que solo él los veía, es más, creía que solo él poseía la capacidad de hacerlo.

Era por las mañanas, cuando el Sol amenazaba la persiana, justo antes del café e inmediatamente después de las mandarinas. Aparecían todos al mismo tiempo y lo elevaban sobre las baldosas de la cocina. Lo envolvían, lo revoloteaban, le daban un par de sacudidas y después desaparecían por donde habían venido.

Eran tantos que Ro nunca adivinaba si entraban por la puerta o la ventana, porque la invasión era tan repentina y brusca que para cuando quería darse cuenta ya estaba brincando por el techo por encima de la nevera.

Aquellos tentáculos casi imperceptibles, transparentes, brillantes y viscosos lo amordazaban de pies y manos, jugaban con las greñas de su pelo castaño grisáceo y, a veces, incluso acababan con su café de un sorbo sonoro con el que salpicaban el mantel. Entonces, como un ritual inquebrantable, Ro se decantaba cada día por el tobogán de gusano que mejor lo hacía sentir, asomaba su cabeza al interior de su espiral y se dejaba llevar por él hasta que al caer la noche, de nuevo en la cocina, veía derretirse el día y todos los gusanos se esfumaban.