Y cuando se encienden las luces paladeas la forma en que se han reflejado las relaciones humanas en la pantalla; y te das cuenta de que te has creído lo que te han contado ...
Ver por segunda vez una película (o releer un libro) te permite descubrir aspectos que no habías llegado ni a vislumbrar. El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook) conserva suficientes matices para que una relectura, no sólo de su argumento, te dé pie a acceder a recovecos a los que quizás no habías podido llegar. Ya no sólo es la actuación de los cuatro actores principales –una descomunal Jennifer Lawrence y un gran Bradley Cooper, sin olvidar dos secundarios de lujo, Robert De Niro y Jacki Weaver, todos ellos nominados al Oscar– sino puntuales aspectos de la trama, incluidos el montaje o el desarrollo argumental. Y es en este visionado en el que uno descubre, de repente, que la frase de una carta tendrá luego un importancia en el desenlace de la historia, o que la cámara se fija en unos mandos a distancia para subrayar la personalidad de uno de los personajes, en el rostro desencajado de la protagonista ante la aparición de uno de los secundarios, en el silencio de una expareja que presupone mucho –como aquel gran final de Lost in Translation en el que la confesión de Bill Murray a Scarlett Johansson quedaba solapada por el ruido del tráfico–. Elementos todos ellos que marcan la habilidad no sólo del director de la cinta y del guionista de la misma –en ambos casos David O. Russell– sino también de su editor y que convierten El lado bueno de las cosas en una película que merece la pena revisar. Elementos a los que no habías prestado demasiada atención cuando por primera vez, en una sala oscura, te dejaste llevar por la historia. Cuando supiste una vez más que lo importante de lo narrativo –ya sea cine, literatura, comic...– es contar con un guión sólido que ejerza de pilar para que el argumento no se desmorone. Y cuando se encienden las luces paladeas la forma en que se han reflejado las relaciones humanas en la pantalla; y te das cuenta de que te has creído lo que te han contado. Sabes además, casi con seguridad, que volverás a ver esta película; y que te referirás a ella cuando alguien te pregunte qué es el cine.