No, no la sigue, simplemente mira el cuerpo tostado, arqueante, que ahora ya está en el agua, confundiéndose con el agua, reflejándose en el agua, mientras él siente oleadas de sexo en el suyo ...
El mar no refleja nada, dijo.
La mañana anterior Rosa le dijo eso, hablando de todo un poco, en esas charlas derivantes que empiezan por una cosa y acaban por otra, cuando llegaron al topicazo de los recuerdos, las memorias y las nostalgias, al apuntar él tímidamente, delante de aquella chica apenas conocida de unos días, en el merendero de la playa, que el mar parecía un espejo; chica guapa, sin duda, tetas al sol del verano, mínimo bañador, por llamarlo algo, a la que invitó como si fuera su abuelo a un helado de limón, en vez de hacer lo que quería, es decir, decirla simple y llanamente que estaba para un polvo y agarrarla tipo Neanderthal, llevársela a la cueva –es decir, al coche– y follársela, porque él era así interiormente, se dijo, pero había, sabía que había todo un ritual cómplice que cumplir, y eso, lamentablemente, incluía dar señales, establecer símbolos, crear alfabetos mínimamente comunes, para, si hubiera suerte, si ella fuera rapidita de entendederas, si no empezara con las dignidades, los aquí no, o peor que resultara progresista y le acusara de machista, de bruto y de pero tú quién te crees que eres, cuando lo que pasa, simplemente, es que el verano muestra, seduce, libera de las ataduras de su vida invernal, cuando él no es don Javier, sino Chure, como le llamaba su madre, antes de morirse hace diez años mientras él estaba en aquel congreso informático, la pobre gimiendo en el hospital, que venga Chure, que venga Chure, y el telegrama llegó tarde, como siempre, piensa, desde que me fui de casa, todo me llega tarde, no como aquellas tardes de parque y pan con chocolate, tardes de invierno, Chure y mamá, y come, nene, y tápate con la bufanda.
Sí, pero cómo contarle nada a esta chica, guapa chica, sí, ya se ha dicho, niña mona, ojos negros, había una copla que cantaba su abuela….pero no, eran verdes los ojos, y ¿te gusta el helado?... mientras ella se ríe, y habla, habla mucho, aturde con sus explicaciones de que está aquí con una peña de amigos, que quieren ir a Ámsterdam, que esto es una pausa, porque a Dinkie, y vaya a saber quién es Dinkie, le están arreglando no sé qué del coche, y que a ver si de una puta vez salen de esta mierda de pueblo, y que Europa es otra cosa, y no puede meter baza y preguntarle si vive sola, si trabaja, yo qué sé, algo que interrumpa la catarata de palabras, mientras le caen gotas de helado, en la arena de esta playa semivacía, y menos mal, añade ella, porque solo faltaba que para un día que estoy ni me pudiera bañar.
Y lo deja ahí, en el merendero, tira el palito del helado a la arena, se larga y se mete en el agua, y él, joder, qué guarra, piensa, recoge el pringue, lo mete en papelera, pero no la sigue.
No, no la sigue, simplemente mira el cuerpo tostado, arqueante, que ahora ya está en el agua, confundiéndose con el agua, reflejándose en el agua, mientras él siente oleadas de sexo en el suyo, y transpira y se lanza al agua como en abandono y joder qué mierda…
Pero no salen juntos luego, sino que cuando él ya está secándose, aparece su sombra por detrás, mojándole, e inopinadamente siente frío. Y pero qué haces, nada, era broma, perdona, y le da un beso ligero que le hace retomar la imagen proyectiva del quizás esta noche.
Y sí, en la noche sí. Y la habitación como todas las de cualquier hotel, indescriptible por lo tópica, para qué señalizar la cama, el espejo, el toallero, el baño minimal, y un armario hecho aposta para que los viajeros pasen una sola noche. Porque a Dinkie le dan el automóvil a la mañana siguiente, qué suerte, piensa él, mientras después de follar y comprobar que su sexo es tan vacío como su charla, muñeca de plastilina, cuerpo hinchable, goma para inflar, intenta contarle cómo el verla ayer en la playa le llevó a pensar en reflejos, en memorias, cosas así, y ella lo miró y le dijo la frase, mientras se daba la vuelta en la cama y se iba quedando dormida sin ocuparse más de él: el mar no refleja nada.
Y ahora, sólo en la playa, la tarde siguiente, mira el agua y ve el pan con chocolate.