¿cuántas novelas no se han escrito? ¿Cuántas historias y cuántas vidas de novela han quedado relegadas en los intersticios del pasado, ocultas a la conciencia de los hombres y de la propia existencia? ¿Cuántas intrahistorias del pasado han quedado tapadas a nuestra mirada, haciéndonos huérfanos de parte de la verdad que nos precede? ...
La literatura es siempre una expedición
hacia el misterio de la verdad
(Franz Kafka)
Una de las funciones más fascinantes de la literatura es la de dibujar en palabras el pasado y trasladar a la conciencia del presente impresiones, acontecimientos, retratos de vidas, de personas, de emociones de otras épocas que modelan la memoria y la conciencia colectiva. Porque la palabra es el molde por el que fluye el entramado complejo de todo lo que somos. Ya que también somos el pasado del que provenimos, y somos aún un poco eso que fuimos y que ya no somos, y somos también esas emociones misteriosas y amarillas, como los libros viejos, que nos inspiran los relatos, las situaciones o los recuerdos más añejos.
Aunque ¿cuántas novelas no se han escrito? ¿Cuántas historias y cuántas vidas de novela han quedado relegadas en los intersticios del pasado, ocultas a la conciencia de los hombres y de la propia existencia? ¿Cuántas intrahistorias del pasado han quedado tapadas a nuestra mirada, haciéndonos huérfanos de parte de la verdad que nos precede?
“No seas como Carolina”, “Recoge tu cuarto, que pareces a Carolina”. Mi madre me lo decía a veces en la infancia alentándome a ser limpia y ordenada. Por supuesto, la pregunta era, para mí, inevitable y obligada: ¿Quién era Carolina?, ¿por qué mi madre asociaba ese nombre con el descuido, la precariedad y el desorden?
La curiosidad y ese afán de llegar al profundo de las cosas, que habitaban en mí ya entonces, no tardaron en verse satisfechos ante mis insistentes preguntas. Mi madre me contó lo que sabía. Eran recuerdos difusos de su niñez. Ella llegó a ver, siendo muy niña, a esa mujer; y alguna vez había oído hablar a su madre y a su abuela sobre ella. Carolina, así la llamaban, era una mujer rusa que apareció un buen día en el pueblo de mi abuela, calculo que a principios del siglo XX. No hablaba una palabra de español. Era alta, de pelo oscuro y porte erguido. Había comprado una casa abandonada y retirada, en medio del campo, donde se recluyó rodeada de sus perros y sus gatos; hacía una vida eremita y solitaria. Sólo aparecía en el pueblo de tarde en tarde, para comprar lo que le era necesario. Y, cuando lo hacía, siempre custodiada por sus perros, sembraba a su paso rumores oscuros y un extraño temor. Era evidente que se escondía o huía de alguien o de algo.
Carolina no hablaba con nadie, sólo con mi bisabuela Soledad, una maravillosa mujer, a la que no conocí (ni siquiera conocí a mi abuela), aunque me conozco sus vidas al dedillo. Mi madre recordaba, incluso, haberlas visto a las dos saludándose con un cariñoso apretón de manos, sin decirse apenas una palabra, sólo mirándose a los ojos y sonriendo tenuemente. Entonces ya era una anciana, vestida de negro, y con aspecto sucio y desaliñado.
En el pueblo la respetaban, pero no la querían. Hacían circular terribles leyendas sobre su historia, aunque su historia nadie la conocía. Y quedó para la posteridad esa fama de suciedad, en un latiguillo popular, que injustamente resumía una vida quizás trágica y, estoy segura, complicada y fascinante.
Ante tales recuerdos de mi madre, lógicamente mi mente no podía otra cosa que divagar y fantasear. Y llegué, con la imaginación, a recrear sus rasgos, su físico, su casa y su mirada cansada y apagada, y hasta me imaginaba a sus perros fieles y grandes. Lejos de conformarme con esas apariencias, me inspiraba una gran curiosidad. ¿Quién era realmente? ¿Quizás una espía perseguida obligada a desaparecer y escapar? ¿Una aristócrata obligada a huir de la Rusia comunista? ¿Acaso huía de un gran amor imposible? ¿Qué secretos guardaba Carolina? ¿Qué la había llevado a buscar un lugar apartado, en un país ajeno y lejano, donde renunciar a la vida y renunciar, quizás también, a ella misma?
Nunca sabré las respuestas. Se quedaron perdidas en una memoria que ya nadie recuerda. Me hubiera gustado hablar con ella. Estoy segura de que la historia de su vida podría haber sido una gran novela. Una novela como las grandes novelas de Tolstói. Una de esas grandes novelas que no se han escrito. Una gran novela que ya nunca nadie escribirá.