No hay andamiaje narrativo y la inverosimilitud es total. Pinta mal. De hecho podrían quedarle unas líneas, quizá tan sólo unas palabras ...
El cuento supo que se acercaba el colorín colorado en el momento en que escuchó entre farfullos que había poco que hacer. El mal estaba extendido desde la introducción hasta el desenlace y afectaba ya a la historia principal y las tramas secundarias.
–Cuénteme... y sea sincero, por favor.
–Nunca se sabe...
–Siento la estructura hecha trizas y tengo unas inconsistencias horribles en el argumento. Mire, autor, soy consciente de la gravedad. Solo quiero que, llegado el caso, no me alarguen innecesariamente la extensión, ya sabe, es mejor quitar tres líneas que añadir cinco…
–Lo hablaré con el equipo de editores.
–Quiero un desenlace cómico.
–Lo siento, tengo que seguir el protocolo.
–¿Pinta muy mal?
–No hay andamiaje narrativo y la inverosimilitud es total. Pinta mal. De hecho podrían quedarle unas líneas, quizá tan sólo unas palabras. Le voy a empezar a dar negrita y dosis altas de cursiva… al menos buscar un efecto.
–Se lo agradezco… Y perdone lo del fin cómico, creo que empiezo a desbarrar. Ya sabe que es muy complicado cerrar página y es normal venirse abajo en el final.
–No le culpo. Ahora tenemos que estar atentos al riesgo de faltas ortográficas. Una mera tilde puede dar al traste con todo. Le revisaremos los puntos y las comas a diario; le asearemos de arriba abajo todos los párrafos; le apañaremos algo el estilo.
Sé por experiencia que lo que le voy a preguntar es difícil, pero necesito saber si, llegado el momento, podemos contar con sus personajes principales.
Postrado en la cama, con dignidad derrotada, el cuento echó la vista atrás, atrás del todo, hasta el principio de sus líneas, hasta ese instante en el que todo estaba por escribir, los folios blancos eran llanuras por conquistar y los personajes almas que insuflar; unos personajes que resistirían las peripecias o caerían rendidos ante los obstáculos, que sufrirían ataques y desdichas, gozarían los amores... ¡ah, la epifanía! ¡El discurso de la vida!
Con nostalgia cerró los ojos y echó la vista atrás, hasta el mismísimo instante en el que érase una vez.