Dirigida por Constantino Bértolo, en pocos años la editorial Caballo de Troya se ha forjado una identidad sólida y reconocible. Una apuesta más que meritoria si tenemos en cuenta que su catálogo aborda sin complejos la realidad social a través de la ficción y abundan en él los autores noveles. Si bien no es éste el caso de Francesc Serés, un joven escritor que, sin embargo, ya había publicado con Alpha Decay antes de debutar en Caballo de Troya con la obra que ahora nos ocupa.
Aunque centrada en el ámbito catalán, Materia prima vendría a ser una radiografía, a través de las relaciones laborales, de la sociedad española. Esa misma que permanecía oculta tras los destellos de neón de los indicadores económicos, los mismos que no hace tanto tiempo proyectaban el supuesto éxito de nuestro país hacia los cuatro puntos cardinales y que acabarían por cegar a los propios españoles.
Publicada originalmente en 2007 –la edición de Caballo de Troya, de 2009, es una traducción a partir de la obra original escrita en catalán–, esa materia prima a la que hace referencia el título está compuesta por una variada serie de ciudadanos anónimos pertenecientes a distintos estratos socioeconómicos, si bien con predilección por aquellos pertenecientes a las capas humildes: camioneros, albañiles, agricultores, obreros, pero también ejecutivos o empresarios, a fin de compartir sus aspiraciones y desengaños en un entorno laboral que invariablemente se revela crudo y despiadado. Seres anónimos que nos transmiten sus ilusiones y expectativas, pero también su ansiedad, su inseguridad, su miedo, fácilmente reconocibles para el común de los lectores
A tal fin, Serés recurre a un formato basado en numerosos relatos breves, desnudos, directos, a menudo meras conversaciones a las que el narrador asiste en calidad de testigo. El resultado es una literatura testimonial, apegada al terreno –en ocasiones puede recordar a la factura de ciertos realities televisivos con contenido social–, que huye de las categorías –la lucha de clases– y de los maniqueísmos –la pugna entre buenos y malos, entre poderosos y humildes– y que se vale de la naturalidad para representar la realidad en toda su complejidad.
Concebida y escrita antes de la actual crisis, en Materia prima se trasluce ya su caldo de cultivo: las carencias (el joven que prioriza el trabajo en la obra sobre los estudios), la falta de escrúpulos (la globalización como coartada para deslocalizar la producción en busca de sueldos siempre más bajos y mayores beneficios despreciando la experiencia adquirida y los intereses patrios), el individualismo rampante (la competitividad despiadada entre compañeros de trabajo de cuello blanco), la ausencia de solidaridad (los trabajadores despedidos en la factoría son rápidamente olvidados por los afortunados que conservan sus puestos de trabajo); factores todo ellos que a la postre lastrarían la supuesta etapa de abundancia y que acabaría por desembocar en la actual hemorragia.
Además de situarnos ante el espejo, de recordarnos que en absoluto somos tan guapos como un día quisimos pensar, en última instancia Materia prima nos confronta con las exigencias por la supervivencia, esto es, por aspirar a una vida digna, en un mundo cada vez más deshumanizado. Una aspiración básica, simple en apariencia, que, sin embargo, día a día adquiere tintes cada vez más épicos.