ISSN: 1578-8644

LUKE nº 145 - Enero 2013



Cámara oscura

Alex Oviedo

Un alumno que acaba por manipular a su profesor —amargado por no ser capaz de llevar al papel historias de igual calidad que los escritores a los que idolatra— ...

¿Pueden realidad y ficción mezclarse hasta el punto de que uno no sea capaz de identificar cuál es una u otra? ¿Es lícito apropiarse de la vida de otros para utilizarla como herramienta literaria? O mejor dicho, ¿es ético? ¿Hasta que punto la literatura puede sacar lo peor de nosotros o sirve de excusa para permitirnos cualquier licencia? Todas estas preguntas están expuestas en la última película del director francés François Ozon, En la casa —basada libremente en la obra de teatro del dramaturgo español Juan Mayorga, El chico de la última fila—. La cinta, capaz de poner de acuerdo a público y crítica para hacerse con el último Festival de Cine de San Sebastián, narra la historia de un joven estudiante (Ernst Umhauer) de un colegio francés que, impulsado por su profesor de literatura (Fabrice Luchini), inicia la redacción de la historia de una familia pequeñoburguesa. Lo que comienza siendo una inocente toma de contacto con la realidad y la ficción narrativa acaba alterando la vida no sólo de dicha familia —un matrimonio y su hijo (Emmanuelle Seigner, Denis Ménochet y Bastien Ughetto)— sino también la del profesor y su mujer (Kristin Scott Thomas), directora de una galería de arte moderno. El espectador asiste así a una crónica irónica a ratos, turbadora en otros de las dos familias, que se mueven con sus problemáticas, sus miedos y sus silencios. Todo está bien contado en esta película, que inquieta y mantiene la tensión hasta el punto de llevar al espectador por los recovecos de una vida similar a la suya y pedir más. Y uno, en la comodidad de la butaca, se remueve preguntándose si lo que se cuenta es verdad o tan sólo la imaginación de un estudiante volcado en su propia creación. Un alumno que acaba por manipular a su profesor —amargado por no ser capaz de llevar al papel historias de igual calidad que los escritores a los que idolatra—, su mujer —que busca por todos los medios enganchar compradores para su galería sin darse cuenta de la banalidad del arte que hoy se vende como moderno—, pero también a la familia de la que toma sus argumentos—con sus dudas, sus objetivos futuros a los que no podrán llegar, sus deseos insatisfechos, sus ganas de hallar comprensión en el otro—. La adicción del profesor y del espectador a los relatos que va proponiendo el alumno es tal que uno acaba reclamando más, por mucho que sepa que la manipulación de la realidad puede llevar al desastre y que los juegos de ficción suelen acabar haciéndose muy reales.