ISSN: 1578-8644

LUKE nº 145 - Enero 2013



En las distancias cortas. Mascotario (XVI)

Kerman Arzalluz

Las baldosas, la barandilla blanca, los tamarindos, las bicicletas amarradas...todo lo próximo al Cantábrico estaba bajo el manto de un enorme baño turco

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De cómo haciendo footing... (4ª Parte)

De cómo haciendo footing... sufrimos un fenómeno extraño, surgió un espontáneo panegírico de RTVE y a punto estuvimos de morir roídos por el agua al obstruir una metáfora musical (Última parte).

(...) Haciendo memoria, todos los protagonistas de las escenas tumultuosas acontecidas, paseábamos, caminábamos o corríamos por el perímetro costero y en mayor o menor medida estábamos expuestos al mar: al impacto súbito de una gran ola desbordada de su continente, a la bofetada de una ola pequeña, a la lluvia fina de los restos de una ola ya retirada –como de riego por aspersión o de fli–fli para mojar las plantas–, al invisible frescor húmedo del aire que lo alcanza todo.

Las baldosas, la barandilla blanca, los tamarindos, las bicicletas amarradas...todo lo próximo al Cantábrico estaba bajo el manto de un enorme baño turco. El agua violenta del mar nos había alcanzado a todos, apareciendo de la nada para azotarnos el cuerpo, columpiándose en el aire para picarnos en la cara o filtrarse con sigilo desde el suelo hasta nuestros pies. Y todos estábamos rabiosos.

–¡Arzalluz!, ¿estás en Babia o qué?

–Perdona, Juan, estaba pensando en una cosa...

–¿Ah sí? ¡Suéltalo!

–Que qué me dices del Lily was here de Candy Dulfer y Dave Steward.

–La sintonía de El Ojo Crítico de Radio Nacional. Cadenciosa, sensual...un temazo. Nos ha dado con el ente público, ¿eh?

–Has comentado lo del cine de La 2 y me he acordado de las sintonías de El Ojo Crítico. ¿Qué me dices del Divenire de Ludovico Einaudi? Es otro estilo pero, tío, me lo pongo en Internet y tengo que contenerme para no echarme a llorar.

–Umm, no sé, son diferentes. De ese estilo igual me quedaría con la banda sonora de El piano, de Michael Nyman. Se parecen bastante.

A la altura del tenis, las ráfagas de viento son como latigazos. Latigazos mojados que restallan contra nuestras espaldas, dificultando nuestro retroceso hacia El Peine del Viento.

–Venga, Juan, tira p´atrás que ya estamos.

–¡Qué viento más hijoputa! –farfulla Juan con los dientes y el cuerpo apretado, tratando de ganarle centímetros al muro de aire. La gente se ha refugiado en el Branka, que está a tope.

Le echo un vistazo a mi compañero y la verdad es que está hecho unos zorros. Si mi aspecto es parecido debemos de ser lo más parecido a los lisiados protagonistas de Acción Mutante. Retrocedemos maltrechos y renqueantes por los adoquines de granito rosa de Porriño del arquitecto Luis Peña Ganchegui.

Nos castigan unas olas, viento y agua que ya no sabemos ni de dónde vienen. Una climatología inmisericorde, la naturaleza desatada junto a El Peine del Viento. Donostia en estado puro. Y Juan y yo, crecidos ante la adversidad, nos sentimos tipos duros, colonos del far west. Ya no damos pasos, son estertores. Estamos empapados y el picor es de marabunta de hormigas rojas dándose un festín.

En la misma llegada tropezamos ambos y caemos desplomados sobre nuestras espaldas y nos quedamos inmóviles, incapaces de movernos. El rugido del mar y el viento es espantoso, todo lo deliciosamente espantoso que un oriundo podría pedir para esa estampa pura. Junto a nosotros explota un bufido de agua y aire que nos encoge el corazón y sentimos el súbito impacto de un chorro a presión.

–¡Hostias, Juan, creo que hemos caído sobre los agujeros...sobre los surtidores! ¡Lo mismo estoy tapando el “mi”!

–¡Y yo el “fa”, no te jode!

Los “manguerazos” nos golpean una y otra vez contra el mismo espacio reducido de espalda. Estamos bloqueando dos de los siete orificios que ideó Peña Ganchegui simulando las notas musicales. Sin embargo, a nosotros, la melodía nos suena bien empastada.

–¡Arzalluz!, siento el agua dentro del cuerpo, me está corroyendo. Quiero que sepas...por si no salimos de esta...

–Dime, Juan...–le respondo, haciendo un esfuerzo por corresponder a la solemnidad del que se supone instante previo a una confesión postrera y transcendental.

Juan prosigue con voz trémula.

–...que para banda sonora la voz dulce y sugerente de Laura.

–La Barrachina, ¿no?

–Claro.