ISSN: 1578-8644

LUKE nº 153 - Diciembre 2013



Ruinas de Babel

Enrique Gutiérrez Ordorika

El juez de la butaca dicta veredicto, alza el matamoscas y decapita contra el cristal a la polilla. Inmisericorde, arroja el cadáver del insecto al cubo de basura y vuelve a la lectura del periódico ...

La avaricia empieza en el dar...
Sin embargo, no tenemos fe, y siempre esperamos algo

Vladimir Holan

Fábulas

No hay centauros en el bosque porque Quirón prefirió la muerte a ser honrado entre los inmortales. Le cedió el honor a Prometeo de batallar con los dioses y compartir el recinto con los que llamaban demonios a los sabios y plagiadores a los ladrones de niños. Aquellos griegos, amigos de los gigantes, pidieron a Heracles la decimotercera hazaña. ¡Deseaban la eternidad! Cubrieron sus desnudeces con túnicas, denominaron filósofos a los sabios y poetas a los elaboradores de plagios, preparando su viaje al Olimpo. Pero el héroe no pudo soportar el dolor que provocaba el roce de la piel arrebatada al centauro. Erigió una pira funeraria, buscando la derrota y el alivio.

Ruinas de Babel

Mil lenguas lamiendo mil lamentos. La mitad heridas. La mitad versos. Y tú, lector, solo o sólo (¿puedes elegir?) con los ojos ante la gruesa anchura del basamento sobre el que el sudor y la vanidad construyen la altura de la torre.

El juez de la butaca

El juez de la butaca dicta veredicto, alza el matamoscas y decapita contra el cristal a la polilla. Inmisericorde, arroja el cadáver del insecto al cubo de basura y vuelve a la lectura del periódico. Sueña que su ecuanimidad aportará soluciones a los problemas del mundo. La felicidad sería plena si abusar de la comodidad del sillón no causara, a la larga, dolor en las vértebras.

Filos

Dijo que el culpable de su dolor era el afilador de cuchillos. Que salió de casa persiguiendo el timbre de su silbido armónico. Que hizo amigos en los bares y noches en los burdeles por si la infelicidad le había ofrecido refugio. Dijo que regaló flores a algunas mujeres y se metió entre sus sábanas, para indagar entre seres que se esconden en los pliegues de la lástima. Dijo que lo encontró tras la persiana de la madrugada, deambulando por las aceras con las botellas vacías. Que le ofreció los números de su tarjeta de crédito para que pusiera precio a la piedad. Que las salpicaduras de las chispas le quemaron las pestañas pero la piedra de afilar resultó pusilánime y no melló el filo de la fatalidad. Dijo que los amores heridos cicatrizan a pesar de la amargura. Que aquella hemorragia era como un donante de sangre, un gesto generoso. Que el agua oxigenada purifica y sólo escuece a los niños. Que, en fin, se marchaba a pedir cuentas al afilador y un milagro a alguna desconocida reconstructora de cenizas.

Alpe Huez

A mis dedos les gusta enredar con los botones. Pulsando se enciende el televisor. Los ciclistas culebrean en las curvas, el comentarista apunta los dorsales. ¿Va Indurain entre los escapados? En el pelotón se ignora. Hay corredores que dejan las bicicletas en la cuneta y se pierden entre las sábanas. ¡Si fueran digitales los botones de la blusa no perderíamos tanto tiempo en la escalada de Alpe Huez! Ella dice: por qué no apagas el televisor y estás a lo que celebras... Adiós al maillot amarillo! ¡Dios, dios! Los sprinters tienen que apretar los riñones para conseguir alguna bonificación en la llegada.

El nombre del hijo

La madre dijo: "Se llamará Hipólito, como aquel que se resistió al amor criminal de su madrastra. Así, cuando yo falte, no me echará en el olvido".

"Se llama Hipólito", dijeron sus enemigos, "como aquel que descuartizaron los caballos de Fedra". Y ataron los brazos y las piernas a las bridas de sus cuadrigas.

foto: ardiluzu