ISSN: 1578-8644

LUKE nº 148 - Abril 2013



To the wonder

Sergio Sánchez-Pando

Con Malick tengo garantizada la apuesta por el riesgo, una indagación sin red en la condición humana y la búsqueda constante de un lenguaje propio ...

Una película de Terrence Malick, aunque supuestamente fallida –al menos a tenor de determinados comentarios más o menos especializados con motivo de su estreno en nuestro país, los cuales se hacen eco de la mezcla de aplausos y abucheos que recibió durante su presentación en la última edición del Festival de Venecia–, contiene, en mi opinión, más elementos de interés que las obras maestras de muchos directores del cine actual. Al menos, con Malick tengo garantizada la apuesta por el riesgo, una indagación sin red en la condición humana y la búsqueda constante de un lenguaje propio. Tal era mi disposición cuando entré en la sala de cine para ver –experimentar, quizá sea una expresión más ajustada– To the Wonder (en esta ocasión los responsables no parecen haberse molestado en traducir un título que tiene una muy difícil plasmación en castellano).

A estas alturas es ya bien sabido que la expresión “ponerse al servicio de un director” en ningún caso tiene para los actores un sentido más literal que en el de aquellos que lo hacen con Malick. Abundan los ejemplos de actores y actrices, en algunos casos de relumbrón, que rodaron para él sin quedar el menor rastro de su trabajo en la obra una vez montada. Por supuesto, no es un capricho y tampoco parece que les desmotive ante la posibilidad de trabajar con él, más bien al contrario. Y es que cuando acuden a la llamada del director tejano, los actores no se ponen al servicio de una trama ensamblada con mayor o menor acierto, sino al servicio de una visión.

Así, en To the Wonder la pareja formada por Ben Affleck y Olga Kurylenko –un actor y una actriz que al menos hasta ahora no han destacado por su fuerza expresiva– más que protagonizar, se ven envueltos en un apabullante, por lo sugerente, torrente visual y sonoro de gran belleza y sensualidad, en el que ejercen de contrapunto breves apuntes al modo de reflexiones íntimas que verbalizan para el espectador la esencia de sus sensaciones y emociones, la naturaleza de su arrebatadora felicidad pero también de su amargo desencanto. El espectador nunca ve a los dos miembros de la pareja sobre los que gravita la película hablar entre ellos, sino solo consigo mismos o como oyentes o testigos –siempre de forma fugaz– respecto de terceras personas. Su comunicación no es verbal y la película carece de diálogos, una apuesta formal incluso más atrevida e innovadora que el de algunos recientes y celebrados ejemplos de recuperación del discurso propio de las películas de cine mudo.

Que el discurso de Malick solo atiende a su propia lógica y no tiene ninguna aversión al riesgo lo demuestra el hecho de que una película producida en Estados Unidos esté rodada en inglés, francés, español e italiano simultáneamente, algo insólito dada la aversión casi patológica que la cultura de aquel país –no digamos ya su industria del entretenimiento– tiene hacia otras lenguas distintas de la suya, al margen del severo contratiempo que algo así representa a la hora de evaluar sus expectativas en la taquilla.

La presencia del castellano en la película se debe a la participación de Javier Bardem en una trama paralela, secundaria, encarnando la figura de un sacerdote que duda de su fe y que, al igual que en el caso de la pareja protagonista, se expresa principalmente a través de su voz interior –en inglés cuando lo hace como ministro de Dios y en castellano en su condición de ser humano–, en la forma de breves pasajes de un monólogo interrumpido en el que plasma sus tribulaciones. Si bien pretende servir de contrapunto a la experiencia de la pareja protagonista –las variaciones del amor entre seres humanos, por un lado, y del amor entre éstos y Dios, por el otro– su encaje es tal vez el punto más controvertido de la película.

To the Wonder contiene una reflexión o, para ser más precisos, una exploración –que, gracias al formidable bagaje y a la visión única de su director, aspira a que sea asimilada por el espectador en forma de experiencia hipnótica– sobre el amor y el desamor. De la mano de sus protagonistas experimentamos tanto el arrebato, su intensa dicha, como las dudas, la rabia y el desencanto que a menudo les sucede. Nos ofrece, en definitiva, un tratado en clave poética sobre el potencial y las carencias, sobre el misterio de la condición humana insertada en un entorno que la condiciona, el cual, como es habitual en Terrence Malick, se erige una vez más en protagonista de pleno derecho.