Y el cincel, tirado en el último cajón de madera, se ha olvidado de la queja de la piedra. ¡Oteiza! Mira como lloran los menhires. El peso del cuerpo rocoso les anuda a la tierra ...
"Hay cosas que no pueden llevarse a la escultura
el odio por ejemplo".
Jorge Oteiza (Existe dios al noroeste)
Preámbulo
Con una ventana a cuestas, canción del imposible, fuimos haciendo hueco en la boca del infierno.
Poema a las dimensiones
Conozco a un hombre horizontal que abrocha los botones de las páginas, para no pisar con los pliegos los bordes de los lazos. No dice apenas nada y no es viento. Y conozco a un hombre vertical que llama pies a los sonidos guturales, para no enredarse en teorías y sólo andar caminos. Dice apenas todo y ya está muy lejos, no es horizonte. Y conozco a un hombre punto, fino y resbaladizo como la hoja de un cuchillo, que quiere ser clavo o corazón para el eje de un molino. Digan o no digan, da vueltas y vueltas como una trompa y no es tiempo. La célebre carrera
El tren esperaba la llegada del caracol para iniciar aquella célebre carrera. Ganó el tren, dijeron los neutrales. Pero el caracol llegó a la hora y los que iban en el tren maldecían su retraso.
La queja de la piedra
En el salado trago de la espuma, la ola desnuda tapa el agujero de la playa. Y el cincel, tirado en el último cajón de madera, se ha olvidado de la queja de la piedra. ¡Oteiza! Mira como lloran los menhires. El peso del cuerpo rocoso les anuda a la tierra. Añoran la mano del sembrador de huecos para, livianos, levantar vuelo y besar la magia oscura que oculta, en la mentira del reflejo, la luz de las estrellas.
Izan (Ser)
Fuimos a la noche descalzos sin mirar atrás. Fuimos convencidos de la luz de las estrellas. Un atuendo viejo inspiraba lo que no veíamos a lo lejos. Teníamos los ojos agrietados de tanto volver envueltos en polvo. Nunca dijimos que una palma de la mano fuese una planicie infinita. Tampoco pensamos que el mundo terminara hoy. Por mencionar un día que no fuera fantasioso.
Teníamos cien ojos
Teníamos cien ojos, como perlas empolvados. Mirando. Mirando. Teníamos cien ojos, rateros feroces, para los porqués silenciosos de las cosas nuevas. Pero ellos tuvieron honorables maestros. Un interruptor que apagó nuestros ojos.