"Aquí no hablan italiano", sentencia Rebecca, "sino veneciano, que se parece mucho al español" ...
En su itinerante libro Venises, Paul Morand dice que Venecia es la ciudad más cara del mundo. Por eso he quedado con Rebecca en el Ai Sportivi, un pequeño y económico restaurante del Campo de Santa Margherita.
Ha llovido y, con la marea, la laguna se ha desbordado y hemos tenido acqua alta, algo que a mucha desagrada a la gente, pero que a mí me gusta particularmente: la mar se toma la revancha de tanta colonización y ya no le vale que ningún Doge mandón apele al Bucintoro para casarse con ella.
Llega Rebecca en medio de un azul sin nubes, acompañada por una niña china sonriente. Mi amiga se ha cortado el pelo y se lo ha teñido de rubio siguiendo la estela de otras muchas colegas. La niña no se suelta de su mano ni para sentarse en la mesa. Las dos están muy guapas. Rebecca desciende de una antigua familia judía originaria del Cannaregio, pero lleva muchos años trabajando en la universidad de Padua. La niña –me dice– nació en Wuhan, pero ya es veneciana de pro.
Decidimos comer en la terraza porque la plaza se lo merece, como la mayoría de las plazas venecianas. No mentamos San Marcos porque, de tan espléndida, queda del lado de lo que Kant llamaría lo sublime, y a nosotros nos va más bien lo bello. Y para bella, cualquier callejuela de Venecia, cualquiera de esas muy estrechas en las que, Browning, según confesión propia, no podía abrir su paraguas.
Rebecca está también sufriendo el denominado "proceso de Bolonia", esa adaptación de la universidad a la Europa de los mercaderes. Su mesa de trabajo está llena de papeles con guías de aprendizaje salpicadas de competencias. Pero un alumno del último curso del Grado de Historia, no supo hace un par de semanas ubicar muy bien a Mussolini. Dijo que había sido "un rey de Italia o algo así". Me río. Nos reímos mientras Amanda –he aquí el nombre de la ragazza que acompaña a Rebbeca– saca de improviso su DS.
Nos decidimos por un vino Valpoliccela –que ya le gustaba mucho a Josep Pla, según confiesa en sus Cartes d'Italia– y pasamos de la pasta, para dedicarnos a la sepia con polenta y al arroz con goi, un pececillo de aspecto prehistórico muy abundante en la laguna. A requerimientos de Amanda no podemos evitar el tiramisú a la hora de pedir el café.
"Aquí no hablan italiano", sentencia Rebecca, "sino veneciano, que se parece mucho al español". Sorprendido, insisto en la cuestión y Rebecca vuelve a sentenciar: "Italia tiene apenas cien años y Venecia mil quinientos". Y ya no insisto más porque el tema del "nodatamos" me suena y mucho.
Luego propone un paseo muy largo, hasta que anochezca. Señalo a Amanda con la mirada. "Nosotros nos cansaremos antes", dice Rebecca, y a continuación se vuelve hacia su ragazza: "¿Ferrovía o Castello?". Amanda cierra su DS, la guarda y se levanta. Acepto y me levanto. Y los tres, mano con mano, nos vamos hacia Ca' Foscari. Un día de estos me casaré con Rebecca.