FLORIAN
Había estado antes en Montmartre pero era la primera vez que iba con mi hija de seis años. En ese soleado mediodía de junio vi cómo le brillaron sus ojos cuando llegamos a la Place du Tertre, la tradicional plaza de los pintores del París bohemio. La explosión de colores y figuras de diversos estilos eran más deslumbrantes de lo que ella había visto en su guía de viajes.
Me dijo que quería ver todas las pinturas y conocer a todos los pintores del terraplén. Corrí con ella alrededor de la plaza para cumplir con su propósito hasta que de repente se detuvo frente a un anciano de larga y desaliñada barba, que vestido de forma estrafalaria, le sonreía y le invitaba a dibujarla. Ella se volteó a mirarme y con mucha insistencia me rogó que dejara que ese peculiar artista la retrate.
Cuando terminó con el dibujo le acerqué al extravagante pintor un billete de diez euros. Él lo rechazó. Le saqué otro billete, esta vez de veinte euros, y me hizo la misma señal de rechazo. A manera de despedida le dio un par de palmadas sobre la cabeza de mi niña y se fue hacia la Rue Norvins tarareando una alegre canción mientras yo me quedaba sin entender nada y con treinta euros en la mano.
Un pintor vecino se percató de la escena y al ver mi rostro confundido me explicó la situación: “Le decimos Florián, aunque ese no es su verdadero nombre. Viene todos los días como a esta hora, pinta al niño que se queda embelesado con su aspecto y luego se va. No se queda con ninguna copia. No es peligroso pero como nunca habla no sabemos nada más de él.”. Yo sólo sé que el arte de Florián reflejó con tanta magia la sonrisa de mi hija que su retrato ahora ilumina su antes oscura habitación.
Escrito por Kike Morey