I
El artista que se sirve, únicamente, del pensamiento simbólico, es decir, que piensa su arte sólo con la imaginación, no hace de sus obras más que representaciones de una ideología, banderas e himnos de algún poder, en concreto, las máscaras y los cantos de la belleza, e idealiza con ello la forma real del mundo y lo que ésta contiene, y consigue, falsamente, que su pensamiento se manifieste a través de imágenes y de significados o, de otra manera, de la figuración de la luz y de la expresión del sentido. Entonces, el artista que imagina el mundo, que se lo figura, no tal como es en sí, sino en su propia luz de artista, haciendo de las cosas objetos y de los seres sujetos o, mejor, símbolos de la religión y sicologías de la personalidad, deformándolo hasta ampliar inútilmente su espacio a la dimensión de lo infinito, a la inmensidad que reclama la existencia incierta de un dios, que pierde el tiempo y la fe en la falsa duración y esperanza de la eternidad, convierte, fatalmente, su propio espacio creativo en un templo para celebrar las edades del dios, y su tiempo más íntimo, su obrar, en la fiesta abstracta del espíritu; mientras que el creador, consciente de su finalidad y conociendo, exactamente, los límites y los términos del mundo, de su obrar, los rostros y los nombres de lo absoluto, es capaz de repetir con su obra las máscaras del vacío y los cantos de la nada, es decir, las formas definitivas de la inmovilidad y del silencio, y de celebrar el mundo en instantes y fragmentos de realidad, la luz de su pensamiento en una estética de la desaparición y una poética de la ausencia. Por lo tanto, la finalidad real del creador es alcanzar este cuerpo único y definitivo de lucidez y conciencia, cuyo corazón no distinga el latido del temblor, cuya mente confunda las ideas con los deseos, y que permaneciendo inmóvil y en silencio abrazado al vacío, con su ser sujeto a las extremidades de la nada, a los rostros de la ausencia y los nombres del olvido, criaturas que están hechas de material realmente humano, de la verdadera materia consciente, se dispone para la creación del mundo, cuando al creador, realmente, se le es dado el respirar lo que ve y el contemplar lo que dice, en definitiva, se le es revelado el mundo como el cuerpo del pensamiento, como una conciencia.
II
Hay que poner la luz en los límites y la voz en sus términos. Sólo el artista y el poeta arriesgan así la mirada y la palabra en un espejo sin reflejos y en un abismo sin ecos. Ven, entonces, el rostro del miedo y lo nombran. Todo en la creación comienza con la luz y la voz para terminar en la inmovilidad y en el silencio. Pero antes: colores y notas, figuras y frases, rostros y nombres, máscaras y cantos, visiones y oraciones, imágenes y significados… Fíjate, son los pares de la luz y la palabra. Yo soy consciente, después de haber leído a muchos poetas, después de haber visto infinidad de cuadros, que los artistas y poetas que he admirado, conscientes ellos o no, los han utilizado en sus obras, haciendo con ellos teorías, más o menos acertadas, de los paisajes y de los lenguajes. Kepa, esto que te digo no hace los poemas ni los cuadros, pero debe acompañar a todo poeta y pintor. Resumiendo: todo creador trabaja entre la belleza del ideal y la realidad del mundo inmóvil.