Espacio Luke

Luke nº 142 - Septiembre 2012. ISSN: 1578-8644

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Los amigos

Antonio Tello

Ilustraciones: Carlos-Esteban Resano Vasilchik

Después de quince años sin saber nada de él, Licia recibió carta de Marcos. Desde la adolescencia había sido su amigo más querido. En realidad su único amigo. Con él paseaba, leía, bailaba y le hubiera desnudado su alma si se lo hubiese pedido. Pero no lo hizo. Tampoco la besó ni ella lo deseó. Marcos era como un hermano y por ello acabó casándose con Jonio, un muchacho menos inteligente y sensible que aquél, pero que le descubrió que el amor podía ser un torbellino arrebatador y duradero.

Durante los primeros años de matrimonio, Marcos pasaba largas veladas con Licia y Jonio en las que, como los amigos eran profesores de literatura y el marido periodista, generalmente discutían de libros. La última noche que Marcos los visitó, Jonio acababa de leer a Raymond Carver y expresó su admiración por Catedral. «Es uno de los cuentos más maravillosos que he leído», dijo. Marcos y Licia se miraron. Ella, con el pretexto de retirar las tazas del café, marchó a la cocina y los dejó solos. «Es un buen cuento, sin duda, pero no tiene el vuelo poético de El ciego, de D.H. Lawrence», contestó Marcos. Comenzó así una acalorada discusión en la que los dos hombres parecían estar librando una lucha por una causa distinta y superior al motivo que la había originado. Finalmente, todo volvió a la normalidad y Marcos se despidió como siempre. Licia sabía, sin embargo, que no había sido una discusión más y que debía tomar una decisión. Quizás por celos o temor a algo que su amigo le infundía, su marido rechazaba a Marcos, de modo que a la mañana siguiente, Licia llamó a éste y le pidió, no sin dolor, que se alejara de ellos. Ella amaba a su marido y quería preservar la felicidad de su matrimonio. Poco después, la represión militar y la consiguiente purga universitaria obligaron a Marcos a marchar al exilio y nada supo de él hasta que recibió su carta.

Los años de silencio y terror habían aplanado las vidas de Jonio y Licia obligándolos a abandonar sus profesiones. Ahora ella atendía un pequeño quiosco de cigarrillos y caramelos en una galería comercial y él recauchutaba neumáticos en un taller de las afueras. Aunque la amistad de Marcos era íntegra, Licia no podía evitar sentirse menoscabada ante él como seguramente también se sentiría su marido. Fue éste, sin embargo, quien le dijo:

Llámale.

¿Estás seguro?

No, no lo estoy…

¿Entonces?

Al fin y al cabo, todos hemos cambiado, todos hemos sufrido una derrota u otra…, sonrió con amargura y se encogió de hombros.

Licia se acercó y le besó en la mejilla y él le respondió acariciándole el pelo. Hacía mucho tiempo que la rutina había apartado esos gestos entre ambos dando paso al doméstico vocabulario de la supervivencia. Hacía tiempo que no leían juntos, no hablaban de ellos ni se miraban a los ojos y ahora, por un instante, ante la posibilidad de que Marcos los visitara, vivían la magia de sentirse íntimamente correspondidos.

Cuando llegó, Marcos no vio en ellos un matrimonio arruinado por el sufrimiento o la desdicha económica, sino una pareja fortalecida en su vida en común. Sintió celos. Él había sido incapaz de abrir su alma a alguien como lo habían hecho ellos entre sí. Sentía furia contra sí mismo por este sentimiento que lo ahogaba impidiéndole respirar. Sentía furia contra sí mismo por la impostación de su alegría al abrazarlos. Sentía furia contra sí mismo por entregarse a la amistad de Licia y al olor varonil de Jonio.

Pasados los primeros momentos de atropelladas preguntas y respuestas, los tres empezaron a sentir que volvían al pasado. Los recuerdos comunes y la complicidad entre Marcos y Licia revivieron con fuerza y Jonio se sintió excluido. De nuevo tornó a él esa sensación desagradable, acaso odio, que le producía Marcos y, disculpándose, se retiró. Licia y Marcos apenas se dieron cuenta de que estaban solos, tal vez porque desde el primer momento en que volvieron a verse se sintieron así. Cómplices, aislados, para siempre unidos en su vieja amistad. Tal vez porque Licia presumía que interponiendo esta amistad entre los dos hombres preservaba la felicidad de los tres. Pero Marcos no se sentía solo con ella en la remembranza. En ella estaba Jonio, el hombre que le había arrebatado el amor y la pureza de Licia, y cuya proximidad le perturbaba el alma y enervaba su cuerpo hasta sentirlo ajeno y lábil.

Voy a ver qué hace Jonio, dijo Marcos interrumpiendo la charla para sorpresa de Licia.

Seguramente está arriba, todavía conserva su estudio a pesar…, dijo ella justificándose.
Jonio, que en esos momentos leía un libro voluminoso, al verlo entrar alzó la vista y sonrió con tristeza.

Génesis 24, 2, le informó.

¡Ah, cuando Abraham, presintiendo la proximidad de la muerte, hace jurar a su sirviente que casará a su hijo Isaac con una mujer de su patria!, comentó Marcos hinchando el pecho como un pavo real.

¿Y qué mejor legado de un hombre que va a morir a su hijo, que asegurar su felicidad casándolo con alguien de su patria?, preguntó Jonio con un tono que extrañó al visitante.

Mientras tomaba asiento, Marcos tuvo la certeza de que aquel hombre, prematuramente envejecido, lo dominaba y arrastraba hacia corrientes encontradas que turbaban su mente hasta anular sus pensamientos. Sólo Licia, se dijo, lo protegía de su atracción. Sin embargo, fue incapaz de reaccionar, cuando Jonio, poniéndose de pie, le tomó la mano y se la puso en la entrepierna.

¡Júrame que cuidarás de Licia!, dijo Jonio y él sintió su fuerza masculina penetrando en su cuerpo.

Marcos lo miró desolado, huérfano, y un gemido de angustia le salió del alma de repente desnuda. Jonio, ese hombre que nunca había sido ni sería su amigo, pretendía asegurar la felicidad de Licia legándola a él. Allí, sin quitar la mano del sexo del hombre, sintiendo el correr de la sangre de uno y otro, juró sabiendo ahora que, cualquiera que hubiese sido su exilio, la amistad era la única patria a la que podía regresar.

Ilustraciones: Carlos-Esteban Resano Vasilchik Ilustraciones: Carlos-Esteban Resano Vasilchik Ilustraciones: Carlos-Esteban Resano Vasilchik

Ilustraciones: Carlos-Esteban Resano Vasilchik