Espacio Luke

Sentados al pie de la cama, miran la cortina como si de un valioso cuadro se tratase, una de esas obras de arte que requieren vigilancia cualificada, miran la abertura que separa las dos cortinas y se sumergen en la sonrisa anaranjada del atardecer roto, a la vez que el tiempo les va empapando de desidia. Ella recoge del suelo la blusa y deja que resbale sobre su piel.

–¿Te puedo llamar otra vez?

Él lo piensa desnudo, lo piensa con el alma, la luz anaranjada lo resquebraja por la mitad y su voz suena como el hacha golpeando contra la base de un árbol joven.

–No.

Ella vuelve a sentarse a su lado y se deja caer sobre las desordenadas sábanas que la acogen como si fuese una galerna del cantábrico, sus piernas de arena comienzan a abrirse y el olor a sexo tiñe toda la habitación de un malva espeso.

–¿Te has cansado de mí?

Él se pregunta a sí mismo si se ha cansado de ella, mira sus piernas entreabiertas iluminadas por la soledad de la abertura de las cortinas, todavía no se ha secado el sudor y parece que comienza a evaporarse; por primera vez en toda la tarde siente su presencia; ahora no quiere fingir, no puede fingir, intenta ver más allá del cuadro rojo de las cortinas cortado por la luz, ahora ya anochecida. La respuesta se aproxima como una muerte dulce, pone las manos sobre las rodillas, el pelo ya le cubre el rostro.

–No me puedo cansar de ti, esa es la verdad.

–Entonces… ¿te puedo volver a llamar?

–No, no puedes volver a llamarme –responde, terminando el hacha con el árbol joven.

–Si no estás cansado de mí, ¿por qué no puedo volver a llamarte?

Se incorpora y se aproxima a las cortinas haciendo más grande su abertura, los coches pasan a gran velocidad, se sienta de nuevo a los pies de la cama, busca su tanga entre las sábanas, él se lo da con la mano abierta, se pone los vaqueros, unas botas y un abrigo de color rojo. Abre la puerta de la habitación y desde allí lo mira desnudo, al pie de la cama, invadido por una infinita tristeza que lo convierte en un ser transparente.