Espacio Luke

Luke nº 144 - Noviembre - Diciembre 2012. ISSN: 1578-8644

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Cámara oscura

Alex Oviedo

Si al ir una noche al cine le dijese a un espectador despistado que la última película de James Bond, Skyfall, basa su argumento en una revisión moderna del complejo de Electra, seguramente se reiría en mi cara. Algún adicto a la fe regresaría a la taquilla para cambiar la entrada: “Oiga, yo he venido a ver una película de James Bond —acción, chicas con escasa ropa, algo de espionaje de alta gama y la ironía típica del personaje ideado por Ian Fleming— no una película de arte y ensayo, psicología o mitología griega”. Bueno, quizás no pasase nada de eso. O no me atreviese a soltar semejante sentencia en un cine repleto de palomitas. Pero vayamos por partes. He de decir primeramente que desde que Daniel Craig adoptó el rol de 007 —tanto en Casino Royale como en Quantum of Solace—, el personaje del agente británico es el menos parecido a James Bond de toda la saga. Se asemeja más a Jason Bourne, por mucho que mantenga el tono de elegancia y exotismo presente desde que se estrenase Agente 007 contra el Dr. No a principio de los sesenta. Bond ha perdido el toque british, el desparpajo o el humor que le habían otorgado otros actores —sin duda Sean Connery, Roger Moore o Pierce Brosnan— y se ha hecho más humano, más corporal, menos tecnológico. Un ejemplo de esto último lo tenemos en la escena que comparte en Skyfall con Q, el personaje que entregaba a Bond todo tipo de gadgets para sus misiones. Q, convertido en esta ocasión en un jovenzuelo imberbe, casi recién salido de la univesidad, sólo le entrega una pistola. E ironiza preguntándole a Bond si acaso esperaba algo más. El logro de la nueva entrega de Bond se debe no sólo al intento de desmitificación —presente incluso en las referencias a Moneypenny o en la aparición del Aston Martin DB5, un guiño al pasado— sino también a la mano de Sam Mendes, director de películas como American Beauty o Camino a la perdición. Mendes logra que el espectador descubra a un 007 que sufre, es herido, le dan por muerto, y resulta tan vulnerable como cualquier agente secreto. Un Bond que tiene una vida más allá de su pistola, un pasado, una familia, un hogar, una historia que quedaba oculta cuando lo importante era la acción. Pero además, Mendes logra crear el malvado con mayor entidad de toda la saga —por obra de un Javier Bardem en estado de gracia— o que la chica Bond de esta entrega sea nada más y nada menos que Judi Dench —sí, como están oyendo, la actriz que hace de M—; y que, finalmente, la historia gire en torno al impulso de dos hermanos por salvar o matar a la madre. Hechos, todos ellos, que la convierten, quizás, en la mejor película de la saga. Al menos en lo que a nivel cinematográfico se refiere.

Daniel-Craig-James-Bond