Da un poco de cosa quedar en una plaza que se llama “de la Constitución” en una ciudad que es la capital del territorio menos constitucionalista de la “pell del brau” y que se permite incluso proclamarlo no sólo en sucesivas manifestaciones y pancartas más o menos festivas, sino incluso en placas incrustadas en egregios edificios.
Pero, como todas las plazas, esta también resulta acogedora en invierno y en verano, bajo los porches ruidosos o entre las terrazas alegres y dicharacheras.
Estamos a principios de noviembre y me he refugiado con Fepe bajo una sombrilla que en estos momentos hace las veces de gran paraguas amarillo. Fepe en realidad se llama José, pero lo de Fepe, que es un nombre de guerra, le viene de cuando acudía a las reuniones representando al FLP o Frente de Liberación Popular (Felipe). Pues bien, del Felipe, con melenas y barba profética, se pasó a la ORT, y de la ORT, ya con bigote nietzscheano y encabezando una facción abertzale, a HASI. Desde entonces se ha ido convirtiendo en un calvoreta de Herri Batasuna y de los sucesivos apelativos que en tal mundo han sido.
Supongo que esta sopa de siglas resultará enigmática, esotérica o simplemente curiosa para la mayoría de quienes no conocieron a don Francisco Franco ejerciendo como “enano saltarín de El Pardo”; es más, sería capaz de dar un premio gordo a quien me ubicara LAIA-EZ-EZ en su espacio y tiempo.
Ríe el Fepe de la pregunta que sabría responder perfectamente. Mientras se zampa de golpe un pintxo de diseño –“¡Vaya mariconada eso del Basque Culinary Center!”–, se le ve contento ahora que los suyos mandan en la capital y en la provincia. A pesar de eso, él, que nunca vio claro lo de la lucha armada (ni, por cierto, lo de aprender euskera –y no lo aprendió–) no sabe qué decir sobre el futuro. El poder quema y desgasta y no es lo mismo estar en la oposición rugiente –legal o ilegal– que luciendo en la solapa la insignia irisada del escudo de la Diputación Foral. Recuerda la respuesta que le dio en su momento Xabier Arzallus a Herrero de Miñón (proto-vasco españolista) cuando este le preguntó: “Pero, bueno, Xabier, vosotros… ¿qué queréis?”, “Pues qué va a ser, Miguel, ¡qué va a ser!”, le respondió.
Calla el Fepe como arrebatado por la dimensión metafísica y mistérica de aquella respuesta y yo aprovecho para terminarme el txakoli de Getaria que quedaba en mi vaso –soy más del vizcaíno, seco y contundente–.
La conversación se reinicia tras una larga pausa de ensimismamiento y torna a lugares más físicos y empíricos. Hay, dice el Fepe, novedades en el frente de bares y restaurantes, pero prefiere que vayamos a comer a nuestro Oquendo y luego a tomar café al Basque. Hay cosas que no cambian y que no deben cambiar. Y nosotros, ya muy bebidos, muy fumados y (con perdón) muy follados, debemos recurrir a esa oralidad vasca primigenia, tan consoladora y gratificante.