Fabrizio de Andrè sigue siendo muy querido por quienes conocen su música. El cantautor italiano falleció hace años, pero su música perdura en la memoria de los buenos aficionados. Su voz grave, sus composiciones inspiradas en el pop anglosajón y en el tesoro interminable del folklore, sus cuidadísimas letras y la elegancia de sus arreglos lo convirtieron en un maestro indiscutible.
Hace un par de meses tuve la suerte de encontrar en Roma su obra completa. Cuatro cajas con más de veinte CD que contienen toda su carrera discográfica. Imposible referime aquí a esa ingente cantidad de música, a ese legado tan propio de otro tiempo. Casi con nostalgia escucho ahora sus grandes éxitos, sus piezas menos conocidas, sus conciertos. Son testimonio, tal vez, de una manera de entender la cultura europea que se nos escurre como el agua entre los dedos en este siglo XXI.
Envolvente, tierno y ácido, poeta. Hotel Supramonte y Amore che vieni amore che vai son suficientes para reconocer dónde están la hermosura, la grandeza y la sensibilidad.