Gana terreno la visión de que el mundo avanza hacia un callejón sin salida a medida que la visión de un progreso ilimitado entra en contradicción con una realidad de recursos finitos y una biosfera cada vez más amenazada. ¿Sobrevivirá la humanidad a sus propios avances? ¿Cuál será el coste de tal supervivencia en cuanto a confort, dignidad, derechos humanos y capacidad de autodeterminación? ¿Cómo se resolverá la ecuación entre la defensa de la libertad y la dignidad frente a la necesidad de seguridad? Son cuestiones que, muy probablemente, deberemos afrontar en un futuro próximo.
Si echamos la vista atrás en busca de antecedentes históricos que puedan servirnos de inspiración en el momento actual, hemos de convenir que a partir de la crisis de 1929 se vivió en el mundo una situación que ofrece inquietantes paralelismos. Lo decisivo entonces fue que se percibió como nunca antes la indiferencia de los procesos económicos frente al supuesto sujeto, el ciudadano económico que de pronto veía su propio puesto desplazado y marginado en el proceso de producción. Ante el crecimiento demográfico en Alemania y la carestía de los recursos con que alimentarlo, Hitler emplazaría la autoconciencia de los perdedores de la modernización sobre bases distintas de las económicas: la superioridad natural de la propia horda frente a un universo de extranjeros.
Los criterios decisivos sobre los que se sustentó la fórmula hitleriana fueron éstos: la comprensión de la historia como historia natural (un darwinismo social en el que no hay sitio para los débiles); la constatación de que no hay recursos para todos; la asunción de la responsabilidad de la decisión de quién ha de intervenir, y cómo no, en gestión de los recursos cada vez más escasos del planeta. Hitler ofreció entonces al pueblo alemán la vida de un pueblo dominador a costa de todos los demás, con las consecuencias ya conocidas.
Hoy día nos hallamos en una tesitura parecida a la de 1929. Una vez agotado el modelo de desarrollo socieconómico implantado por las potencias occidentales tras el fin de la II Guerra Mundial, nos vemos inmersos en una crisis social, económica, medioambiental y cultural. El sector de la economía y de las finanzas se ha librado de la responsabilidad biosférica y humana y sólo aspira a los beneficios, mientras que la política no es capaz de plantearse previsiones a largo plazo y las élites viven al margen de la realidad.
Solo los liberales de izquierda, una vez cubiertas sus necesidades básicas, mantienen vivo el debate sobre la futura habitabilidad del planeta. Serían los portadores hoy de lo que, según Amery, fue el “bacilo” judío que tanto contribuyó a obstaculizar la puesta en práctica del principio de supremacía de la raza aria favorecido por Hitler: los portadores, por tanto, de valores como la igualdad, el derecho a la vida del débil, del debate y del equilibrio pacífico de intereses. Ellos mantienen, asimismo, la conciencia de la finitud de los recursos y del sinsentido del economicismo, asegurando en última instancia la pervivencia de una perspectiva ecológica cada vez más amenazada.
Pero ¿qué sucederá cuando la autodestrucción por cuenta propia haya avanzado lo bastante y emerja el patrón real del combate humano por un lugar en la biosfera? Una posibilidad es que, como sucediera con Hitler, surja un grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros civilizatorios viéndose empujado a acometer una selección que anule el carácter intocable de la dignidad humana. Hablamos de una minoría que asuma el cometido de tutelar el mundo y responsabilizarse de la biosfera, manteniendo el nivel de vida propio recurriendo a la ciencia y la técnica: vigilancia de alta tecnología y procesos de selección a todos los niveles (comercial, laboral, de salud, genético, etc.).
No se puede descartar, por tanto, un combate a corto o medio plazo entre dos concepciones. La doctrina oficial de la humanidad que ha servido de base al mundo creado por la civilización dominadora tras el fin de la II Guerra Mundial con su modelo de desarrollo basado en el consumo ilimitado chocará con el principio de la sostenibilidad una vez que se agote nuestro crédito de energías y recursos. ¿Vencerá entonces el principio de la selección natural, tal y como se propuso el führer –Hitler como precursor–, o logrará la humanidad como un todo concebir la naturaleza y sus órdenes como una exigencia cultural dirigida a todos?
Muy probablemente esta segunda opción entrañe nada menos que la creación de un ser humano nuevo. Lo cierto es que resulta vital desarrollar una nueva solidaridad con la biosfera basada en el conocimiento y la humildad. Y es que el ser humano sólo podrá seguir siendo la corona de la creación si comprende que no lo es.
Resumen de la tesis contenida en el libro de Carl Amery: Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor (Temas de Hoy, 1998).