A día de hoy, algunos medios de comunicación señalan que Intocable ha sido vista en España por casi dos millones de espectadores. Y llama la atención que dos de las películas europeas más vistas en lo que va de año provengan ambas del país vecino: la citada, y The Artist, de la que hablamos hace meses en esta misma sección (una película elevada a los altares de Hollywood por obra y gracia de los Oscar). Qué es lo que ha enganchado de ambas cintas, qué es lo que ha hecho que la primera se convierta en la más vista del cine francés en España (por encima de otros grandes éxitos galos como Amélie, Cyrano de Bergerac o Indochina, por ejemplo). En mi opinión, el alejamiento precisamente de esa etiqueta de “francesa”. Tanto The Artist como Intocable respiran cierto “americanismo” o, para decirlo de otro modo, un tono que las emparenta con el cine que se hace al otro lado del charco. En la primera, el cambio que supuso el sonido para la industria y los actores se plantea desde una perspectiva americana, por eso ha calado entre los miembros de la Academia. Un homenaje al cine que tanto gusta por aquellos lares. En la segunda, el ritmo, la planificación escénica, la caracterización de la pareja protagonista (más allá de que se trate de una relación entre dos estamentos sociales y razas diferentes) que permite incluso que el personaje de François Cluzet nos acerque por momentos al del mejor Dustin Hoffman, pero sobre todo la química que se crea entre él y un gamberrísimo Omar Sy convierten Intocable en un producto muy comercial. Un filme premeditadamente desenfadado y humorístico, una cinta muy amable –que sus directores Olivier Nakache y Eric Toledano saben guiar con buen pulso–, humana y real que viene bien para sobrepasar estos tiempos de crisis. El humor siempre ha servido de vía de escape, sobre todo si está bien hecho.