Edgar Borges, escritor venezolano afincado –por ahora– en Asturias ha publicado recientemente lo que ha denominado una “investigación novelada en clave de diario”. Su título es El hombre no mediático que leía a Peter Handke (Ediciones en Huida, 2012).
En esta obra, fruto de la estancia del autor en Barcelona, amparado por una Beca del Centre d’Art La Rectoría, Borges ha intentado llevar a cabo una nueva cuadratura del círculo utilizando el registro del diario y el ensayo para rodear el mundo de Peter Handke, escritor austriaco siempre en la vanguardia de sí mismo.
Se trata de una cuadratura del círculo porque, en el hábil dispositivo textual que Borges nos proyecta, se pretende aherrojar la creación literaria con el compromiso cívico, reclamando a la vez la torre de marfil a la que sólo pueden acceder los iniciados y el descenso de esa misma torre de marfil para cumplimentar las exigencias éticas de la historia.
El intento es tan titánico como tópico –en el buen y etimológico sentido de la palabra–, puesto que ya Platón nos avisó en su obra La República (Libro VII) de que quien, una vez salido de La Caverna y habiendo comprendido La Verdad, siente el impulso de volver a bajar para comunicar su nueva a los compañeros que continúan allí viviendo en La Mentira, será tomado por loco y probablemente ejecutado.
No otra cosa le ocurrió al amigo Handke cuando, por razones varias, decidió bajar de su turris eburnea, él que había sido “un habitante de la torre de marfil” y que siempre había vivido “entre los intersticios” y optó por enfrentarse a la versión circulante de la Guerra de Bosnia (y acudir al entierro de Milosevic). Fue tomado por loco y mediáticamente ejecutado.
Y es que, al menos desde Parménides y Pitágoras, los círculos son círculos y los cuadrados, cuadrados. Y el compromiso de quien escribe, de quien formaliza por medio de la palabra (y del artista que formaliza en general) parece residir más en la propia formalización, esa que puede llegar a generar una reconstrucción social de la realidad, a decir de Berger y Luckmann, que en su engagement ciudadano, que casi siempre es (y ha de ser para ser efectivo) politizado.
De todo esto nos habla Edgar Borges en su última obra tomando como excusa a Peter Handke, y de esto habla con otros tantos testigos (entre los que estoy yo mismo, no deseo esconderme). El resultado suena al principio como el relincho de un viejo caballo, pero después se adivina a la potranca fibrosa que, con los ojos muy abiertos, salta sin parar entre los tablones del establo.