Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
Fragmento de “Tus manos”,
de Mario Benedetti
Ella siempre me decía que las manos no engañan. No pueden ni saben engañar. Pueden engañar algunas palabras, ser fuente de malentendidos, pero nuestras manos nos delatan, al igual que nos delata la mirada.
Me encanta mirar las manos de la gente que me rodea y descubrir, de vez en cuando, unas manos bonitas, de dedos finos y elegantes, imaginando su caricia. Manos que se mueven suavemente, pero intuyendo después su lado más salvaje y libidinoso.
Manos que trabajan la tierra. Manos que pintan. Manos que hacen sonar un instrumento. Manos que abren una puerta y cierran una luz. Manos que quieren atrapar algo que está lejos. Manos que pasan las páginas de un libro y señalan un texto. Manos que te agarran fuerte. Manos que te peinan. Manos que escriben en una libreta. Manos que sujetan una taza de café. Manos que limpian la casa. Manos que te dan una bofetada. Manos que se abren y se cierran, queriendo atrapar el viento. Manos que tienden la ropa. Manos que recogen piedras en la orilla. Manos que alcanzan otras manos. Manos con las uñas comidas. Manos en los bolsillos.
Ella me sigue diciendo que las manos no engañan. Sus manos eran, y siguen siendo, a pesar ya de algunas arrugas, preciosas. Las mismas manos que me acariciaron por primera vez en mi vida, aquel mi primer acorde de ternura.