Francisco Taboada ha publicado un poemario sobre la escasez: se titula Palabras dactilares y lo ha editado Cantárida. Me gusta este libro de principio a fin porque comienza con unos versos meridianamente claros que a lo largo de los poemas tienen su corroboración: "lo que haré algún día / contra lo que ya no / tendré tiempo de hacer". ¿Poemas meditativos? Sí. ¿Poemas de la lucidez madura? También. ¿Poemas crepusculares? Desde luego.
Así es este libro. La alternancia entre poemas de cierta extensión con otros muy breves logra un equilibrio difícil de conseguir. El lector respira, piensa al hilo del poeta, encuentra esas reflexiones serenas que nos advierten de que de pronto la vida se pone un día cuesta abajo aunque se sienta todavía cuesta arriba. Y en medio están esos símbolos clásicos, sencillos pero profundos, que jalonan nuestra cultura desde la noche de los tiempos: el fuego de las pasiones frente a la ceniza del recuerdo, la luz de los sueños juveniles frente a la parca sombra de la realidad.
Y en medio, el poeta y el hombre se dan cuenta de que la existencia es sólo un grandioso malentendido provocado por el pensamiento excesivo y las palabras traidoras. ¿Y si éstas fueran mero artificio, trampa mortal para incautos? ¿Y si el aire, el fuego, lo sencillo en suma fuera la verdad?
Tal vez por eso, el primer poema retrata solamente a un pájaro que hace "Chuí". Quizá el diálogo entre un petirrojo y el agua estancada valga por todo lo que los hombres decimos, parece advertirnos Taboada.