La última película de la jovencísima Mia Hansen-Løve, Un amour de jeunesse, ha sabido trasladar a la pantalla el primer amor, los primeros sentimientos, las contradicciones de quien se siente atraído por alguien pero prefiere vivir la aventura, las dudas de quien ama a dos personas a la vez porque son amores distintos, los encuentros y desencuentros que el azar provoca. O lo que es lo mismo: la vida. De ahí que el espectador salga tras la proyección con un regusto amargo, ese que provocan las grandes obras, en las que odias o amas a los personajes porque son redondos, porque se podrían parecer a ti o a alguien a quien conociste, porque desearías que se centraran, que tomaran decisiones más allá de su propio egoísmo. Y que te sientas incómodo ante los papeles que interpretan Lola Créton y Sebastian Urzendowsky –esos dos amantes adolescentes que vuelven a encontrarse diez años después–, quizá porque también fuiste incapaz de olvidar el primer amor, y su aroma sigue impregnando cada uno de tus recuerdos. Leía hace bien poco que Hansen-Løve –directora nacida en 1981, que cuenta en su haber con otros dos títulos imprescindibles: Tout est pardonné y Le père de mes enfants– era una de las voces más sugerentes del cine actual. Y puede que sea debido al tono, a su capacidad de contar más allá de la imagen, a la sugerencia de las metáforas –como la que plantea con un sencillo sombrero– o a su mirada de una realidad cercana. Lo que son las cosas, días después entras en la sala para ver la versión cinematográfica de un best seller de Nicholas Sparks, Cuando te encuentre–para mayor gloria de un actor de moda (Zac Efron) y la bellísima Taylor Schilling–, y la (in)olvidable historia de un soldado a quien la foto de una mujer le ha mantenido con vida en la guerra de Iraq te suena a conocida, a relato mal contado pero fotográficamente perfecto, a vacío interpretativo entre pegadizas –y románticas– canciones. Es lo que tienen las comparaciones, que son odiosas.