Como si toda la gente, en cualquier parte del mundo,
tuviese el cometido de dar una imagen: el
cometido de ser una imagen para los demás
(Peter Handke)
Se levanta de la cama a la misma hora de cada día. Se lava la cara. Con el dedo índice izquierdo se estira la parte derecha de la cara que hay entre el ojo y la oreja y, con un lápiz negro, se pinta el ojo izquierdo. Repite la misma acción con el lado izquierdo de la cara. Así la forma de los dos ojos queda completamente definida por una gruesa raya de color negro.
Sale de casa con los ojos marcados en negro, entra en casa con los ojos difuminados en gris. Sabe, de sobras, que ésa es su imagen facial desde hace algunos años, parte de la imagen que los otros ven de ella. Años atrás su rostro paseaba totalmente limpio, pero un día decidió que marcaría sus ojos en negro. Así fue.
Nunca le gustó el maquillaje ni tampoco las mujeres maquilladas. Sospechas de que debajo de semejante empaste facial se esconde alguien que poco o nada tiene que ver con aquello que quiere mostrar. Ésas son sus sospechas, como tantas otras.
E igual que los demás intentan adivinar quién vive debajo de esos ojos marcados en negro, ella, poco a poco, también intenta desentrañar quién se esconde debajo de esas pieles ahogadas por el maquillaje, de esas camisas perfectamente planchadas, de esos trajes grises carentes de vida, de esos pelos que jamás se despeinarán por el viento, de esos relojes caros