El aire se ha convertido en luz, El vacío, en cuerpo
espacial desocupado y respirable por las formas.
Jorge Oteiza (Propósito experimental)
Se puede definir una Estética bien como imaginación de la naturaleza o bien como conciencia de la inexistencia. Formalmente, esto quiere decir que hay unas artes para el paisaje y la máscara, y otras para el límite y la estatua. Las primeras tratan de la inmovilidad como gesto y las segundas de la inmovilidad como forma visible del silencio. Lo que se resuelve por una parte en un pensamiento de lo abstracto y metafórico, y por otra en un pensamiento de lo absoluto y metafísico. En un caso se hacen necesarias para el pensamiento la interpretación simbólica y la razón analítica de la naturaleza y de la vida, es decir, la invención y la figuración de la imagen y del significado, mientras que en el otro se da el conocimiento en los límites del espacio y los términos del tiempo, exactamente, en su inmovilidad y su silencio. Lo que hace que una Estética esté directamente relacionada con las poéticas de la belleza y del ideal, y la otra con las poéticas del vacío y de la ausencia.
En lo fundamental, la obra de Jorge Oteiza, su pensamiento y saber, se define como el razonamiento geométrico del espacio y de la luz a través de la apertura de la materia sólida del muro y de la estatua. Una apertura que fue llevada por el escultor hasta los límites y términos del espacio y de la luz, y que concluyó, no en la figuración de la naturaleza y de la vida como paisaje y máscara, sino en la forma inmóvil y vacía del muro y de la estatua. Una obra que supone el tránsito de lo abierto a lo vacío en la estatua, y de la imaginación simbólica a la conciencia metafísica en el pensamiento. Conclusiones ambas de un conocimiento integrador y sintético que Oteiza desarrolló más tarde en una estética de la inmovilidad para la arquitectura y en una poética de la ausencia para la poesía, que ensayó también para el cine como tránsito del significado al silencio de la palabra y de la imagen a la inmovilidad del espacio y de la luz.
Así, toda obra liberada de su objeto, y del sujeto que la ideó, supera toda forma y materia, todo cuerpo, no en la representación y expresión de su naturaleza como espíritu e ideal, como alma, sino como conciencia de sus propios límites y de la realidad del mundo definido en su inmovilidad y silencio, que la obra no puede sino repetir como extremidades del ser y extremos de la cosa. Pues algo se obtiene del arte que no se expresa ni representa en imágenes y significados, en figuraciones y abstracciones de la naturaleza y de la vida, que es producto para el pensamiento, y se fabrica a partir de una obra que no es la forma metafórica y simbólica de lo figurativo y abstracto, sino la forma metafísica de lo absoluto y concreto en la inmovilidad del paisaje y en el vacío de la máscara.
En definitiva, una obra, como la de Oteiza, que se piensa y define en los límites y términos de la visión, es decir, en los extremos de la luz y del espacio, necesariamente debe concluir con la máscara que la expresa en la transparencia del vacío, y con el paisaje que la representa en la inmovilidad del espacio. Una obra y un pensamiento que nos tiene que servir como modelo formal y estético para el control de lo inmaterial, y como aptitud necesaria o comportamiento ético para con los demás. Lo que supone, finalmente, la crítica al símbolo en lo religioso, a la metáfora como forma ideal de la obra, y a la estatua como la representación y expresión del poder, para la recuperación, no de lo religioso, lo simbólico y lo abstracto, sino de lo sagrado, lo metafísico y lo absoluto como los valores últimos de toda obra y pensamiento.