Finito y magro a simple vista, Tres caballos es uno de esos libros que engañan. Porque cada frase invita a ser masticada, cada pasaje rumiado.
Un escritor –el napolitano Erri de Luca– lacónico en apariencia, cuya obra se nos ofrece repleta de hallazgos, como un tesoro inesperado.
Una novela tejida de contradicciones: una realidad cruda en la que hay lugar para la magia, para los destellos de poesía; un mundo de soledad abierto a poderosos brotes de empatía.
Una novela que habla de libros, de violencia, de compromiso, de amor, del comer y del beber, del trabajo físico, de solidaridad, de generosidad (quien da sin esperar nada a cambio, recibe, aunque sea a través de las vías más inesperadas), de escenarios, de recuerdos, del misterio femenino, del contacto con la tierra.
Una novela sin artificios que ensalza lo primario: los seres vivos, sean humanos –en fuga del propio yo, de sí mismos, de su pasado– o árboles –éstos, por supuesto, más sensibles que aquellos–.
La premisa puede no resultar original y, sin embargo, se queda solo en una anécdota.
Una literatura de la experiencia, compleja, que gira en torno a las contradicciones humanas y que atiende a los sentidos.
Una literatura sin un miligramo de grasa, a un tiempo correosa y lírica –trasunto de su autor– que aconseja ser degustada a conciencia si se aspira a que destile toda su esencia.
Un escritor especializado en libros finitos, finitos, en apariencia, pero que se hacen gordos, gordos, a medida que una vez, y otra, y otra, nos invitan a abordar su relectura.