Madrid, finales de junio, un calor sofocante que ni siquiera el aire acondicionado del hotel logra mitigar. Al salir de la estación he visto unos cines, los Victoria, en la calle Francisco Silvela. Echan, entre otras, Hysteria, un film de la estadounidense Tanya Wexler, ambientada en el Londres victoriano, una comedia sobre los orígenes del feminismo y la reivindicación del placer sexual de la mujer. Apenas son las cuatro, hora de la primera sesión. Sentadas en el suelo, tres pequeñas juegan con los móviles y hablan de Tengo ganas de ti, una de esas raciones de melaza para paladares adolescentes. La taquilla permanece aún cerrada, a pesar de la hora. Cuando la abren sólo dos personas están interesadas en descubrir los orígenes del vibrador, y la relación del objeto sexual con la histeria: una señora y yo, un guiño quizá a esa frase de “tres son multitud”. Pero ante este espectáculo de vacío, de soledad, a uno no le extraña que el cine esté de capa caída. Cuando llegamos a la sala, la proyección ya ha dado comienzo. Ni siquiera han esperado a los dos espectadores. En otras épocas un acomodador nos habría facilitado la entrada; ahora tenemos que contentarnos con palpar en la oscuridad para hacernos con un asiento. Sólo hay que tener cuidado e ir acostumbrándose a la negrura hasta dejarnos caer sobre nuestra butaca. La suerte es que no nos tropezaremos con nadie. Luego, ya metidos en harina, me percato de la paradoja: una cinta que habla sobre el progreso, la evolución, los cambios que se estaban produciendo en la sociedad británica a finales del XIX. Las ciencias adelantan que es una barbaridad, en palabras de Don Hilarión. Las ciencias, el mundo, todo cambia a una velocidad de vértigo. Y el rito del cine es –salvo que alguien lo remedie– un resquicio del pasado. Para cuerpos y mentes de otra época. Para personas que siguen emocionándose ante la posibilidad de que el joven médico Joseph Mortimer Granville (personaje interpretado por Hugh Dancy) se fije en Charlotte (Maggie Gyllenhaal) y no su hermana Emily (Felicity Jones). Para seres que al ver en la pantalla a Rupert Everett siguen recordando la escena final de La boda de mi mejor amigo; o que Jonathan Pryce estará siempre asociado a los personajes de Lytton Strachey (Carrington), Elliot Carver (El mañana nunca muere) o el Gobernador Weatherby Swann (Piratas del Caribe). Para mentes a las que aún les gusta soñar.