Cruzó la cafetería con la misma soltura que bailan las llamas en la noche de san Juan, con la misma mirada que tiene la comadrona cuando se adentra en esa soledad para recoger una nueva vida, se sentó mirándome como una montaña rusa, yo pensé para mis adentros: “¿Qué habrá pasado? ¿Cuál será el derrumbe con el que me quiere deslumbrar?”. Respiré de una forma pre-orgásmica, me fascina ver a la gente tan encantada, mucho más si es mi pareja. Se acomodó con tanta tranquilidad que comencé a sentir ansiedad, aunque pensé que ya había acertado el enigma: le habían subido el sueldo, seguro que era eso, el jamelgo de su jefe se había dado cuenta de su valía. Me disponía a felicitarle, pero se llevó el dedo a la boca, en señal de silencio de hospital, y llegó la camarera. Comencé a batirme en duelo: el pelo de ella era mejor, la cintura la suya, sin lugar a dudas, sus ojos fuera de serie, las manos delicadas, la voz dulce, la espalda... la miraría cuando se alejara. Quiso un té rojo con limón y al darse la vuelta me di cuenta de que era un empate; yo ganaba sin duda en experiencia y eso vale un mundo.
–¿Para qué me has hecho quedar aquí? Tengo muchas cosas que hacer.
Se lo dije como una frase hecha, pero en esta ocasión era verdad. Elevé la mirada, que se posó sobre su cabeza, fue bajando hasta la cintura y entonces me di cuenta de su vulnerabilidad. Avanzaba hacia nosotros la camarera del empate y ni la miró, en ese momento lo vi todo claro: Me ha sido infiel, se ha enamorado y ahora ha enloquecido. Y es que si vas a ser infiel, no hay que reparar en gastos; de lo contrario, vuelves con la conciencia sucia.
–¿Qué me tienes que decir? –pregunté mientras la camarera dejaba con un movimiento solemne, el té encima de la mesa.
–Déjame que te cuente…
Ya se me estaban quitando las ganas de saber lo que sucedía, miré el reloj, al que le salía espuma, y recordé que hace tiempo, una de mis parejas, me lo dijo muy bajito, lo cierto es que me tenía mordiendo la almohada y la música estaba un poco alta. Cuando le pedí que lo repitiese, ya éramos ex. Sus ojos se dilataron como si estuviese contemplando su último amanecer. “Seguro que no es para tanto”, pensé.
–Quiero ser feliz –dijo.
No había distracción alguna, quería ser feliz; feliz teniéndolo como lo tenía todo: una mujer como yo, salud, una economía desahogada y además quería ser feliz. No pude evitar preguntarle.
–¿Para qué?
Obra: Largas horas
Artista: Malena de Botana
Técnica: composición fotográfica
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