La escritura que sigue su curso como el agua de la historia: ésa es la buena.
Una muchacha roba el bolso a un anciano mientras dos policías devoran pipas en su coche.
De joven me negué a pertenecer a país alguno. Pero los hechos me lo impiden.
La conciencia puede ser un pasaporte que nos lleve a la anarquía.
Cánticos una noche entre semana. El pueblo –como siempre– tan campante.
Aunque la gente ha olvidado los refranes, no es más libre.
Tras escribir un rato pensar en los amigos: viendo la televisión (o peor aún: cambiando pañales).
El dolor callado de un anciano cojo resume mis dudas sobre Dios.
Al sentir el arrebato de escribir, dejar la mente en blanco y la mano quieta. Entonces empieza lo bueno.
El don del olvido está reservado a los santos: es la amnesia de Dios.