JUVENTUD
Entonces qué inocencia,
qué mañana
de inmensos olivares,
de luz que enciende
los ríos de la sangre caudalosa.
Con tus manos
ponías caminos anchos
en nuestro corazón,
que conducían
a destinos numerosos,
a cabañas que acogían estudiantes,
a amantes bellos,
a alondras delicadas que no entienden
la sed del conformismo
y vuelan
sobre una tierra preñada de emociones.
Nosotros
sentíamos, por entonces, que llegaban
los verdes rododendros,
esas frescas lagunas
en las que podían dibujarse
las delirantes líneas
de las más sutiles emociones.
Qué hermosa era entonces
la entregada sed sin condiciones,
el cansancio rendido
ante el vitalista reino de la lucha.
No moríamos jamás.
No éramos ninguno
la carne de cañón que se esperaba.
La muerte no solía
atormentar la lenta longitud de la arterias.
Poseíamos la infinita magia
que las reciente manos acumulan:
el poder de la vida,
el poderoso imán de la belleza.
El cielo azul cubría
el infinito techo de la Aurora
y todo
se asemejaba al triunfo.
Todavía
podemos recordar
sutilmente
aquella historia
y parece que todo vuelve a resurgir
para nosotros:
El cielo azul,
la hermosa primavera.
SUBLEVACIÓN
Siempre son esos mismos:
aquellos que dirigen
la ruta de los pájaros celestes,
el trazo negro y mágico que existe en la palabra.
Siempre son esos mismos:
aquellos que promulgan
los estrictos dictados de la moda
y pronuncian discursos en un parque
diciéndole a la gente qué poema
han de estrenar sus ojos
cada día,
de qué manera ha de latir su corazón,
qué lágrimas
habrán de descender hasta sus manos.
Es aburrido esto:
las mismas caras de siempre,
los rutinarios nombres asomándose
a la piel del periódico,
al jubiloso lomo de los libros
o a las escaleras
por donde se suele ascender a la alegría.
Sublevémonos todos,
demos una oportunidad al vagabundo
que toca, ante la puerta de los metros
ese Claro de Luna
que alegra al transeúnte;
que el poeta sencillo,
que habita entre los muros de su casa
sin asomarse a un mundo indiferente,
ponga su nombre en todas las historias;
que las pequeñas aves
escapen de su jaula
y visiten la legendaria tierra de los dioses.
Sublevémonos todos.
Cojamos ya las riendas de la vida.
LA POESÍA DE MARÍA LUISA MORA
Escribo poesía porque no puedo vivir sin hacerlo, porque, gracias a ella, existo; porque es mi refugio, mi libertad, mi sueño, mi alegría, mi lucha, mi victoria y mi derrota, mi sombra y mi luz, mi agua y mi sed, mi pasado y mi futuro, mi presente, mi esperanza. Porque, sin ella, hace tiempo que me habría olvidado de mí misma y yacería abandonada en un lago de amargura y soledad. Poesía: Vida.
María Luisa Mora Alameda nace 1959 en Yepes (Toledo), ciudad donde reside. Autora premiada con más de una decena de libros en su haber, ha publicado Las hiedras difíciles (Torre¬mozas, 1986); Este largo viaje hacia la llu¬via (Rialp, 1988), accésit del Premio Adonais 1987; La tierra indiferente (Torremozas, 1990), Premio Car¬men Conde 1990; La Mujer y la bruma (Melibea, 1992), accésit del Pre¬mio Rafael Morales 1991; Busca y captura (Rialp, 1994), Premio Adonais 1995; Meditación de la derrota (Torremozas, 2001); La isla que no es (Melibea, 2002), accésit del Premio Rafael Morales 2001; La respuesta está en el viento (Torremozas, 2005), se¬gundo puesto de poesía Fernando Rielo 2003; Navegaciones (Ediciones Vitruvio, 2009); Poemas del Crepúsculo (Descrito Ediciones,2011) y El Don de la Batalla (de próxima publicación en Ediciones Vitruvio), Premio de Poesía Ciega de Manzanares 2011.