Ha sido en otoño, por San otoño, que se me ha caído la melancolía como fruta que madura en el árbol y a la que es imposible retener en la rama. Cuestión de saber, querer o poder esperar, pues a veces, tantas veces, “una sola golondrina sí hace verano”, y sin retraso, sin tregua, sin necesidad de batir ningún récord en el trayecto que creí marcado, cayó despacio, muy despacio, resultando no ser lo que creía. Tal y como cuando ya no amas y te sientes más libre para decirle cualquier cosa.
Llevaba razón aquel que escribía que “estamos hechos a medida de los sueños”, tal vez porque hubo un tiempo en el que no dejaba de pensar con cierta desidia que mis esfuerzos no servirían para nada, y en medio de esos “tal vez” después de tantos días pisoteando hojas caídas en el parque sin saber por qué, busqué luces en las ventanas de los hogares pensando que nunca me llegaría el momento del acogimiento, ese que te recoge sin cogerte, ese que no sabe de tiempos, ese que hace de tu “tal vez” una imprudencia indecente y descuelga el teléfono para oír una voz sin respuesta posible.
He dejado de creer que la vida es como el póker, en el que no se miente, pero se trampea con “faroles”, retando al contrario para jugar al despiste, arrendando ganancia con una escuálida “pareja de doses” capaz de tumbar al inseguro y miedoso que no arriesga y se retira con cuatro ases en la manga lamentando su cobardía y envidiando tu atrevimiento.
Hoy no me duele nada, ni siquiera una ausencia como aquella que me aturdía cada noche al saber que la cerradura seguiría con dos vueltas de llave hasta que yo misma las deshiciera a la mañana siguiente.
Ahora, que tantas noches me olvido de cerrar la puerta, no me da miedo oír esos imaginarios pasos que antes me aterraba sentir ahí fuera, ahí donde el dominio del insomnio pierde su límite, donde la inexistente alarma saltaba cada cinco minutos sobresaltándome por nada.
La ausencia juega con palabras que no existen en el diccionario y yo las invento para que me puedas entender y nos riamos mientras te hablo acariciada por el sol de este otoño que casi muere empolvado en el viso del olvido.
¡Cómo no quererte sin recordarte al minuto!, al tiempo que ya no es recuerdo, pues el recuerdo se ahoga y soy consciente de no nadar bien. Y aunque en las tempestades me tambalee con miedo, aún me quedan recursos que aguantaron aquellos naufragios de los que salí airosa y con cierta dignidad.
He descorchado una botella de vino sin etiqueta para dibujar una con muchos colores, bautizando mi nuevo cuadro con una bocanada de tinto esparcido en el blanco de un lienzo que empieza a hablar con valor para llegar y sin miedo para marcharse.
Y después de hacer un paquete pequeño con la melancolía, he bajado a Correos para mandarlo a un lugar donde no certifican deseos, dicen que no hay franqueo posible para ello, las tasas serían tan elevadas que desistieron. Y para que no me lo lleve de vuelta, me aconsejan que no lo precinte demasiado, que lo deje casi sin cerrar y siguiendo calle abajo, al fondo, después de atravesar un paseo con árboles a ambos lados, encontraré un río, que lo ponga allí y lo deje correr como un barquito de papel para que la corriente lo deshaga entre las nuevas y fresquitas aguas que bajan de las primeras nieves de la sierra.
Ni siquiera abrí la mochila que llevaba a la espalda para volverlo a guardar, salí a paso tranquilo, sin miedo ni temblor en las piernas, con gana, sin desidia ni pereza, ni siquiera el sueño se ahogaba en ese café tempranero que no me dio tiempo a tomar.
El suelo parecía levantarse empujando mis pasos hacia ese río al que conté los secretos del verano, los que nadie sabe, los que nunca se dicen pues llevan al olvido, los que nadie quiere pero tú amas, y es que nadie puede poner precio a los sueños…
Una vez allí, como en rito sagrado de liturgia, lancé al aire un grito ahogado al viento mientras dejaba mi pequeño paquete de melancolía en esa corriente que tantas veces arrastró mi decencia entregada al deseo caprichoso de unas manos que ahora no quieren soltarme… tal vez porque ahora esas manos ya son mías…
Nieves Gómez (Granada, 1962). Estudié Arte, Derecho y Teología en la Universidad de Granada. Me dedico a crear, especialmente con pinceles en la mano y una paleta llena de colores. “Gracias” a una infancia un tanto enfermiza me aficioné a leer y a "juntar palabras". Con el tiempo me fui enamorando de la literatura, sintiendo la necesidad de escribir con cierto rigor y algo de forma, pues lo hacía sin línea ni disciplina alguna. En 2011 decidí inscribirme en un laboratorio literario dirigido por la escritora Argentina Susana Guzner, que sin modificarme demasiado me marcó algunas directrices que me han sido de gran utilidad. De vez en cuando participo en algún concurso de cuentos y relatos que me vienen al encuentro por aquí y por allá.
No he publicado nunca nada. Bueno, para ser exacta soy asidua escritora en la sección de cartas al director en prensa, y algún que otro post mío anda por ahí en blogs de escritores más o menos relevantes.
Además, desde hace algunos años mantengo un blog en la Red. En él, cada domingo y puntualmente antes de la hora del ángelus, cuento algo.
Y esto es todo, no poseo un currículum literario digno de mención. Insisto en que sólo soy una aprendiz de “juntapalabras” enamorada de las letras.