Espacio Luke

En la terraza del Hotel Oriental, debajo del luminoso, ella fuma un cigarrillo esperando a que él suba, con su sonrisa disipa todas las dudas mientras él sostiene la cuerda de tender las sábanas, y su cuerpo se pega al de ella como si estuviera untado de resina, acaricia su pelo. Y el minutero la aleja hacia la habitación 2046, donde será el antojo de otros y de otras. En la habitación contigua suena su risa quebradiza, se acerca a la pared y escucha cómo corre el agua en la bañera, piensa en su saliva deslizándose por el cuerpo de otro; ya es tarde, quiere dormir, huele sus medias, aunque antes de cerrar los ojos la oye gemir y, confundido, ríe. ¡Qué puede hacer si la ama!

El despertador suena y le falta energía, no ha descansado bien, camina autómata dirigiéndose al trabajo con una idea que le mantiene entretenido: comprarle un vestido de esos que dejan la pierna al descubierto, disfrutará cuando ella lo vea y reirán juntos en la terraza del hotel. Con los brazos rodeará su cintura y en su mirada notará clavada la mirada de ella, está seguro de que el vestido la conmoverá. Busca por las tiendas, no hay nada que le convenza, hasta que encuentra uno rojo que se abre casi desde la cintura. Sin pensarlo dos veces lo compra, mira el reloj y acelera el paso hacia el hotel, sube a la terraza y allí la encuentra, con la mirada perdida en el horizonte. Se gira cuando le oye llegar y él despliega el vestido.

–Es para ti.

–No necesito ese vestido, te necesito a ti, vivir contigo. No más hombres ni más mujeres. Voy a dejarlo.

Bajan a la habitación 2046, ella se quita las medias, él las recoge y se las lleva a la cara para absorber su olor, poco a poco la saliva comienza a resbalarle por el cuerpo.

–Bésame, por favor –dice ella, ávida de su cariño.

–¿Por qué lo vas a dejar? –pregunta él sin ocultar su desasosiego–. Yo sólo quiero que estés al otro lado de la pared. No quiero ser el hombre de tu vida. Ya lo soy.