Espacio Luke

Luke nº 135 - Enero 2012. ISSN: 1578-8644

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Bestiario

José Morella

Me parece que vivir en una casa cargada de objetos innecesarios es más habitual cuanto más pobre es la gente que la habita. Los cachivaches superfluos se multiplican, y poseer cosas cada vez tiene menos valor. Hablo de mi entorno social, no de otros lugares del mundo donde la palabra pobreza alcanza su significado más literal y doloroso. Me da la sensación de que la gente con más poder adquisitivo tiende a anhelar espacios libres. Diáfanos. Este adjetivo, diáfano, viene apareciendo mucho desde que el valor real –no el publicitado– se está depositando más en la capacidad de vivir experiencias que en comprar y poseer cosas. Sé de primera mano de hogares muy pequeños que almacenan infinidad de trastos. Lo barato y abarrotado versus lo diáfano y caro. Hablo de ricos y pobres para que nos entendamos y porque me da la gana, pero hoy día, a pesar de la crisis, esa dicotomía sigue siendo políticamente incorrecta. Todavía muchos dicen que todos somos iguales: de clase media. Conozco de cerca a gente que se siente o se ha sentido pobre: no hablan de ello, pero sin darse cuenta van imprimiendo sus huellas emocionales por donde pasan como los niños cuando toquetean las cosas después de merendar. No somos pobres, van diciendo a todo el mundo, fijaos bien, no somos en absoluto pobres: tenemos infinidad de cosas en casa, no pasa día que no nos compremos algo. Vamos a comer comida rápida los fines de semana. Tenemos la nevera repleta hasta rebosar. Tenemos un congelador extra, de esos que hay en los bares, a tope de provisiones. Vivimos como reyes. Aunque tengamos encima una hipoteca que dejaremos a nuestros hijos, aunque trabajemos muchísimo y seamos mileuristas y no tengamos acceso a un empleo mejor, aunque nuestros hijos no vayan a ir nunca a la universidad y sean ninis por mucho tiempo.

Esa gente a la que –me parece– están engañando con tanta facilidad es mi gente. Yo pertenezco a ese linaje. Me duele.

Ser pobre hoy día, en nuestras ciudades, es creer que no lo eres porque tienes la casa, la nevera y la panza llenas. Es comprar mucho y perder espacio en casa, dinero en el bolsillo y ligereza en el alma. Perder maniobra en la vida. Es no ser consciente de todo esto y caer constantemente en la misma trampa.

Muchas empresas nos quieren hacer creer que las cosas que nos venden tienen valor para nosotros. Pero el único valor de una cosa es su uso real. Estas navidades he visto demasiados anuncios de televisión. Luz tóxica. Uno de ellos, tipo “teletienda”, vende collares de perlas por teléfono. “Lo que toda mujer desea”, dice la voz en off. Yo tengo grandes dificultades para desentrañar la verdadera naturaleza de mi deseo y si vale la pena desentrañarla, mientras que en la teletienda presumen de saber lo que todas las mujeres del mundo –más de tres mil millones– quieren. Aparte de ser un insulto para ellas y para todos, es un ejemplo de anuncio para pobres. Pobres que acumulan compulsivamente. La definición de anzuelo. Ningún rico compra en teletienda. Los que compren la joya la guardarán en una cajita. Siempre queda algo de espacio en algún cajón, entre las videoconsolas desfasadas del niño y la cosa esa de los abdominales. Cajitas dentro de cajones dentro de armarios dentro de casas. Casas pequeñas.