No es lo mismo.
Por mucho que la pantalla mida tres metros y medio y ocupe la mitad del salón de casa. Uno de esos sistemas high-definition por el que puedes ver en perfectas condiciones la reproducción del nuevo Blu-ray. Con un equipo de sonido Dolby Surround con THX 5.1 y un tercio.
Quizá en un alarde hayas logrado a buen precio un proyector cuyos haces de luz se deslizan hacia una pared pintada de blanco. Y te hayas preparado un paquete de palomitas de esas que borbotean en el microondas.
Pero tampoco es lo mismo.
Y sí, sabes que la última vez que entraste a ver una peli fue con tus sobrinos: la proyección ya había empezado porque los responsables de la sala decidieron que sólo una persona atendiese en la taquilla, por mucho que en la cola se amontonase casi un centenar de rostros estupefactos. Tuviste que protestar vía formulario de quejas al Departamento de turno, algo que alteró tu percepción de una historia que, aun así, logró llevarte al mundo de los sueños.
Porque no es lo mismo.
Y sí, reconoces que te molesta escuchar la dentadura de un vecino de butaca al que de pequeño enseñaron a masticar como un energúmeno; o los comentarios de la señora que no entiende la razón por la que el protagonista hace esto o aquello; o los silbidos de un tipo haciendo el pajarito o comentando la estructura de un puente; o el soniquete de un teléfono que alguien se dejó encendido; o la charla de una estirada a quien le parece más importante responder a la llamada para decir que sí, que llegará a cenar; o las bolsas de plástico, y los gritos de un grupo de chavales que se ríen de todo aquello que no tiene maldita la gracia, pero que enmudecen en los verdaderos gags.
Pero no es lo mismo, aunque la pantalla no sea ya como la del Astoria, donde los androides de La Guerra de las Galaxias ocupaban tu mirada de joven asombrado, o las del Consulado, Capitol, Olimpia, Izaro –más tarde Mikeldi–, que se han acabado convirtiendo en tiendas para jovencitas o residencias de ancianos. El signo de los tiempos.
Porque ya no es lo mismo…, aunque nos hagan creer que sí.