Espacio Luke

También en la vida,
las personas que cuentan para nosotros
no son tanto las que comparten
nuestras respuestas acerca de las cosas últimas,
cuanto las que se plantean nuestras mismas
preguntas en torno a esas cosas

(Utopía y desencanto, Claudio Magris)

Ya de pequeña observaba y preguntaba bastante, a veces hablaba mucho, otras callaba más. A menudo había una respuesta adulta inmediata a esas preguntas que se hacía mientras contemplaba un mundo de colores en el que parecía sentirse a gusto. Algunas veces percibía rostros de admiración o de duda a sus preguntas, creyendo, inocentemente, que ellos conocían a la perfección las reglas de ese engranaje que es vivir.
Fue creciendo y empezó a compartir ésas y nuevas preguntas, mientras se escondía en alguna de las muchas habitaciones de techos altos y vigas de madera de aquella casa de sus antepasados con olor característico. Su onírico mundo infantil fue creciendo también, cada vez más grande y complejo. Hasta llegó a sentir miedo de la velocidad que tomaba todo aquello que le rodeaba, creyendo que sería incapaz de gestionarlo.
Por qué, cómo, hacia dónde.
Cuándo, cuánto, por qué.
Por qué, para qué. Hacia dónde.
Y, de repente, también a ella le llegó el día en que empezó a echar de menos a algunos que, aunque con enfoques ligeramente diferentes, compartían sus mismas preguntas y curiosidades. Y sintió ese vacío de la existencia, que en tantos textos ya había leído, dentro de sí.
Y empezó a dudar de todo, cuestionándose quizá demasiado. Y percibió que no se sentía a gusto con aquellos que creían tener las verdades absolutas, y cada vez más diversificaba sus momentos compartidos con aquellos que también dudaban y seguían preguntándose y desconcertándose ante las paradojas y casualidades de la vida.
Cada vez teniendo más piezas, pero tal vez sabiendo menos cómo juntarlas, como un puzzle gigante del que piensa, quizá ingenuamente, que al final acabará encajando.