La máscara y el canto XII. Diccionario Mallarmé (2)
Emilio Varela Froján
El pensamiento que está en el centro de la poesía de Mallarmé no es la imaginación de lo simbólico, sino la conciencia de la inexistencia; ni su lenguaje invención de metáforas, sino la tentativa real por recuperar los términos de la primera llamada, las primeras voces de la naturaleza. En el poema mallarmeano, como en el cuerpo la lucidez y el latido, se reúnen la luz de la desaparición y el sonido de la ausencia, es decir, los rostros y los nombres absolutos que definen la inmovilidad y el silencio del mundo.
Se trata, en definitiva, de un pensamiento que lleva los ideales abstractos a sus términos absolutos, y de una obra, la suya, que responde, finalmente, no al azar de su imaginación, sino a la ley de su conciencia, a un mundo hecho, no como metáfora de la vida y de la naturaleza, ni de su material simbólico y abstracto, sino, contrariamente, de una forma metafísica de pensar, y de una materia consciente y trascendente. El conocimiento realmente físico de lo absoluto, de las cosas que no existen, pero que encuentran su ser visible en el Libro. Pues toda ausencia es materia del Libro.
LA AUSENCIA
Pero es la forma metafísica, no la metafórica, la que hace del poema un cuerpo absoluto, y la que da a las palabras, no sólo sus significados, sino la materia consciente de su propio ser. Es, por lo tanto, la ausencia, no el espíritu de la materia ni el alma de los cuerpos, la que anuncia el gesto del olvido y la oración del silencio, es decir, el vacío con nombre que deja la desaparición de la carne o, de otra forma, el verbo que tiene la misma inmovilidad de los grandes silencios. Es el decir de esta ausencia lenguaje de lo absoluto.
IGITUR O EL ABSOLUTO
Igitur baja las escaleras del espíritu humano,
va al fondo de las cosas: como “absoluto” que es (Stéphane Mallarmé)
Ante la desaparición del cielo, y de las promesas puestas en él, como la salvación del alma, la resurrección del cuerpo, y la esperanza de un dios; la nada, atmósfera de ausencia y edad de inexistencia, que mide la duración de lo real en el instante de ser. Pues “Igitur” no ha tenido descendencia, ni ha sido engendrado por sus antepasados, sencillamente, se le ha dejado ser, y él, con la misma libertad, ha calculado su destino en lo absoluto. Es, en definitiva, el absoluto que aun siendo, como los suyos, de una raza estéril, él mismo virgen, nace de la impotencia de los muertos, como el resultado de unir las articulaciones del vacío con las extremidades del ser.
PARA UNA TUMBA DE ANATOLE
A raíz del fallecimiento, a la edad de ocho años, de su hijo Anatole, Mallarmé escribe una serie de notas para un libro que luego abandonó. Notas inacabadas que contienen en sí mismas los términos de una poesía pura de abandono y pérdida; de ausencia sentida, y de amor después de la desaparición; y donde el poeta primero de la modernidad ya decía las soledades del amor y de la muerte. Mallarmé quiso, con todo ello, enterrar su propia vida en la tumba cavada en la ausencia irreparable de su hijo. Una tumba para el padre, que no era de tierra ni de piedra, sino de Anatole- del cuerpo vacío de su hijo muerto. Interior infinito el de la memoria, el de la ausencia de Anatole, vacío inmenso dentro del poeta, que estaba hecho de un material íntimamente humano, de la materia consciente de los nombres y de las palabras, que daban sus formas a un pensamiento totalmente objetivo sobre la muerte, y a un lenguaje que hablaba del cuerpo infinito de las ausencias: que eran los sonidos originales de las propias palabras.
Escritas entre el “Igitur” y Un golpe de dados..., suponen anticipadamente un tratamiento objetivo de la muerte, y de las formas reales de las desapariciones, en el texto como vacío y la página en blanco. De esta manera, con el lenguaje llevado a sus términos, Mallarmé consigue un cuerpo real y único de inmovilidad y de silencio, y decir, objetivamente, no las metáforas de los ideales abstractos, sino las metafísicas de las ausencias en el lenguaje de lo absoluto. Nombres concretos, por definitivos, para decir los abandonos y las pérdidas, las huellas del olvido dejadas en el Libro, que no son las palabras de una literatura, sino las definiciones exactas del mundo. Esquemáticamente esta metafísica, o física de lo absoluto, resulta del conocimiento preciso de este cuerpo de la desaparición y de las extremidades de su ser; de estos gestos cóncavos de la ausencia en el vacío, donde es forma todavía el silencio.