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Espacio Luke

Luke nº 131 - Septiembre 2011

Zarzalejo Blues: Sesión doble

Sergio Sánchez-Pando

Al menos dos películas estrenadas en las estribaciones del verano –época de saldos en la cartelera, a menudo producciones que se exhiben con algún año de retraso– merecen no pasar desapercibidas.

La primera, Naufragio, ópera prima del director vasco Pedro Aguilera, plantea una inteligente y sutil revisión de las relaciones neo-coloniales entre europeos –españoles, en este caso– y africanos, en la que el colonizado cruza el océano no en busca de un futuro, sino para cobrarse una deuda, recuperar lo que le fue arrebatado. El lenguaje de Aguilera transita por el terreno del simbolismo, de la metáfora, y refleja con acierto las actitudes, los instintos, que los africanos a menudo despiertan en los nativos, desde el deseo de explotación hasta la explotación del deseo. Muestra, asimismo, el difícil entendimiento entre dos culturas que se mueven en planos distintos, irreconciliables: el material y el espiritual. Dicho contraste supone también el eslabón más frágil en el equilibrio de la película, dado que se corre el riesgo de caer en la idealización. Una carencia que no lastra una propuesta notable por parte de un director que hay que tener en cuenta.

Por su parte, El hombre de al lado inserta el bisturí para averiguar qué se esconde tras la fachada de una sociedad sofisticada y complaciente. Lo que aflora es la antítesis del buen gusto, del culto esteticista que supuestamente la define: un viaje por el lado oscuro, sórdido, de la mano del miedo, del desasosiego provocado por el intruso, por el otro, por el bruto cuyos códigos no entendemos y menospreciamos porque alteran nuestro precario y precioso, siempre ficticio, equilibrio. La amenaza del monstruo exterior acaba por despertar al propio, que, aunque cobarde, se revela aún más cruel y despiadado. En la senda de un Michael Haneke con retranca y socarrón, los argentinos Mariano Cohn y Gaston Duprat tampoco hacen concesiones y llevan su estilizada pero corrosiva propuesta hasta el límite, apenas atenuada por la vistosidad y simpatía de los créditos finales.

Dos películas coherentes, valientes, críticas con los valores de sociedades supuestamente prósperas, con sus dificultades para mostrar empatía hacia el otro, hacia quien no es como ellos, el extraño, el desconocido, cuya irrupción jamás produce indiferencia. Una auténtica lástima que fuera eso precisamente lo que ambas películas provocaran en la audiencia.