Mirando hacia otra parte. Plazas: El Listón (Corfú)
Vicente Huici
Hace treinta y cuatro grados y Maite teclea furiosamente a mi lado mientras da grandes sorbos, de vez en cuando, a su café frappé. Tiene que terminar no sé qué y enviarlo cuanto antes al periódico. Ahora, el proceso de escribir y publicar se ha acelerado de tal manera con Internet que prácticamente lo uno conlleva lo otro sin solución de continuidad. Antes se podían tomar las cosas con más tranquilidad y, además, siempre era posible que no hubiera un fax o un teléfono a mano (incluso podía apartarse à propos).
La verdad es que da gusto sentirse protegido bajo estos porches, alejado momentáneamente del sol mediterráneo que, por otro lado, resulta siempre tan estimulante. Tampoco llega hasta aquí el sonido incesante de las chicharras que nos ha acompañado desde que desembarcamos hace ya un par de semanas. Sin embargo, hasta nuestra terraza del Listón llegan con cierta cadencia rítmica algunos aplausos que acompañan el partido de cricket que se adivina delante, más allá de los árboles de la Spianada.
La mañana ha sido un poco dura, caminando por las murallas de la Nueva Fortaleza (Neo Froúrio) entre un viento sur lento y aplastante. Menos mal que antes de comer nos hemos ido a dar un baño al club marítimo, que para nuestra sorpresa está abierto a propios y foráneos. El chapuzón ha sido rápido pero salvífico, aunque los dos nos hemos quedado con ganas de más. Luego hemos comido muy bien en el Kanpielo –¡en Grecia siempre se come bien!– y yo me puesto hasta arriba de tzatziki, que, en mi opinión, es una de las aportaciones de la cultura griega a la Humanidad que está a la altura de la Metafísica de Aristóteles.
Maite resopla a mi lado. Tiene una tendencia perfeccionista acusada, algo extraño porque ya no es ni muy joven ni nada inmadura. Le da a una última tecla y el ordenador se apaga como si se le hubiera escapado el alma. “¿Damos un paseo?”, dice mientras enfunda con presteza las artes de escribir y se levanta. Yo asiento y me levanto (buen juego de palabras, ¿a qué sí?). Mi única condición es no salirnos de estos arcos, que evocan tan perfecta y deliberadamente la rue de Rivoli parisiense, hasta que se vaya la calor. Ella lo acepta y comenzamos a caminar. En este punto recuerdo que en dialecto veneciano lista, de donde al parecer viene “Listón”, es una “calle ancha y larga dedicada al paseo“.
Acaban de pasar las cinco y media de la tarde –son apenas las seis menos veinticinco– y la plaza se va llenando como si despertara del atontamiento de una larga siesta. Creo que va a ser una tarde de compras, sobre todo porque mañana nos volvemos y habrá que llevar algunos regalos.
Y en efecto, aprovechando un cruce de calles, Maite me tira del brazo –¡venga, papi!– y me mete de lleno en la Plaza Saróko. Y nos perdemos entre tienducas de colores con el firme propósito de hacerme merecedor de una copa de buen vino Theotoki.