Alma de cólera
José Manuel Botana
Obra: Mirluz
Técnica: óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana
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Todas las mañanas se lo decía a sí mismo enfrentándose al desayuno todavía en calzoncillos y con los calcetines puestos.
–Siento que algo de mí se está muriendo y hoy parece que se muere todavía más.
Después de ducharse aplicaba mascarilla a las puntas de su larga melena, recortada ligeramente en una reciente visita a la peluquería. Esa mañana, cuando se disponía a vestirse, se dio cuenta de que aquello no podía seguir así. Tenía el ropero dividido en dos, en un lado la ropa heavy, que era la indumentaria con la que todo el mundo le conocía y, en el otro lado, que sólo abría cuando estaba enfadado con el mundo, estaba la ropa con fragancia a tela planchada. Esa mañana, en lugar de coger el pantalón negro que tantas batallas tenía, se pasó al otro lado y cogió una camisa entre hawaiana y estilo Mao, aunque rápidamente la cambió por una camiseta que en la parte de delante tenía un rostro con la boca casi a punto de reventar y por detrás el nombre de un nuevo grupo de thrash metal, AngerSoul. Después de acariciar ese rostro de boca desencajada, se puso el pantalón negro tan ceñido que le apretaba un poco las partes blandas, pero así tenía que ser; su madre le decía que se iba a quedar estéril, a lo que él contestaba que ya había etnias que se reproducían a diestro y siniestro.
Salió a llamar al ascensor y todavía no sabe si fue el diablo o su propio subconsciente quien le decía insistentemente:
–¡Qué fresquita la hawaiana mezcla Mao!
Sin pensarlo dos veces, entró y se quitó las botas de dos kilos cada una que no habían visto el betún en toda su larga vida, al caer al suelo saltó el barro del festival de Sthrashperlo y recordó que había echado en falta a los AngerSoul en Badalona ese veinticinco de septiembre. Se enfundó la camisa hawaiana, se puso unas bermudas y unas sandalias con calcetines por si más tarde refrescaba y se fue al ascensor pensando en lo cómodo que le resultaba el pelo recogido debajo de la gorra, la vecina que compartió ascensor con él lo desconoció y eso que le recordaba a alguien. Pero el olor la despistaba definitivamente, ya que llevaba una colonia que le habían regalado en la primera comunión y hoy se la había puesto por primera vez, doce años después, como un buen whisky. Caminaba por el barrio y ninguno de sus colegas le saludaba, comentaban entre ellos si sería un inglés que estaba por Leganés para intentar alargar el peñón hasta ahí.
Golpeó la puerta del local de ensayo donde, en letras grandes, ponía AngerSoul. Sin apenas prestarle atención le dijeron que no querían comprar nada. Ttuvo que gritarles varias veces para que abrieran la puerta y le dejaran entrar.
–Nos avergüenzas –dijo el bajista.
–Éste es un país libre.
–Pues eso tiene que cambiar –dijo el batería–. Tanta libertad me está tocando los cojones, cuando eres heavy no se va ni a bautizos, ni a bodas.
–¡No tenemos fe o qué! –dijo cogiendo el micrófono y desgarrando la voz–. ¿Hay qué hablar con una calavera entre las manos y con el argumento del ser o no ser para que le respeten a uno? ¿Empezamos o no?
–Antes, unas birras –dijeron al unísono, convencidos de que esa tarde el ensayo iba a resultar una experiencia irrepetible.