Zarzalejo Blues: Acceso no autorizado
Sergio Sánchez-Pando
Acceso no autorizado, la última novela de Belén Gopegui –publicada en Mondadori tras haber desarrollado su trayectoria en Anagrama–, tiene, desde su misma portada –el firme de una carretera en la noche–, formato de thriller: capítulos breves, ritmo ágil, intriga dosificada y una inmersión en los vericuetos del poder. Eran elementos que despuntaban ya en El lado frío de la almohada y que ahora adquieren mayor consciencia, consistencia.
Como telón de fondo, la lucha por el poder, abordada desde dos perspectivas: la real y la virtual. Esta última se traduce en la guerra por el control del ciberespacio, en el que los hackers, o piratas informáticos, desempeñan un papel destacado, ya sea como actores libres o como peones –voluntarios o no– en manos de agentes más poderosos. Y es que las estructuras de dominio y de control social habrán de ser trasladadas al ámbito virtual si no se quiere dejar resquicios. Es de agradecer, a este respecto, el exhaustivo ejercicio de documentación llevado a cabo por la autora, que nos permite familiarizarnos con el modus operandi de los hackers, si bien tales procesos resultarán ininteligibles a los no iniciados.
El otro ámbito, el tradicional, aparece personalizado en el trío –no resulta difícil adivinar quién es quien– que en los últimos años ha ocupado la cúspide del poder político en nuestro país: un presidente de gobierno que ha abdicado de cualquier ideología que se le pudiera suponer al inicio de su mandato; un ministro del Interior encarnado en la figura de un político sin escrúpulos ni contemplaciones; y una vicepresidenta en el ocaso de su carrera que sufre un arrebato de conciencia ante la pérdida de ideales que aqueja a su gobierno. A través de esta última –al ser contactada por una presencia que logra acceder a su ordenador personal–, Gopegui construye su narración, sirviéndose de una tercera persona que, en contadas ocasiones, transmuta en primera como si ello reflejara la división entre la dimensión pública y privada de su figura.
Curiosamente, también la novela en su conjunto se articula en torno a un triángulo, el formado por la vicepresidenta, el hacker que contacta con ella y un experto informático que ha quedado atrapado en las redes del poder y al que el otro trata de ayudar. Mientras dos de ellos se debaten como rehenes de sendos entramados a los que accedieron por propia voluntad, las motivaciones del tercero nunca están claras, más allá de ciertos remordimientos por un pasado activista del que renegó. No hay en él principios, sino amor, y su destino, metáfora quizá del final que aguarda al idealista, al puro de pensamiento, constituye quizá el eslabón más débil de la novela.
incide en asuntos, en conceptos, que son ya moneda corriente en la obra de la escritora madrileña: denuncia, traición, militancia, compromiso. Pero, ante todo, refleja el aggiornamento, el proceso de compromiso, de acomodamiento, que sufren los principios una vez que se accede al poder, y la imposibilidad de cambiar –ni siquiera de reformar– la naturaleza del poder desde dentro. Es, asimismo, un canto de cisne, la radiografía del desmoronamiento de un proyecto de izquierdas en España que, probablemente, no pueda ser resucitado en mucho tiempo.
En este sentido, la novela conecta con el espíritu que, de un tiempo a esta parte, se respira en muchas calles y plazas de nuestro país. Quien esté familiarizado con la obra de Gopegui sabrá que en este caso no se trata de una mera coincidencia y, aun menos, de un ejercicio de oportunismo.