El vaso sin fondo
Enrique Gutiérrez Ordorika
La avaricia empieza en el dar...
Vladimir Holan
Una noche con Hamlet
In memoriam
Un astro prestado, con mirada de cíclope, conduce el farol que ilumina la siega. Hay gabardinas y paraguas en el pórtico. En el hombro pesa pétrea la quilla del navío y los ojos quieren imitar acuosos al mar, de donde procede el salitre y el rumor de la brisa. Es argenta y plomo el lecho del cauce y la embocadura. Es gris y brumosa la faz de aquel cielo. Y nosotros, tus hijos, gusanas de tierra, nacidos cerca de la costa para servir de cebo para peces, lloramos la botadura de la madre que se traga el mar, la pena, la tempestad y la silenciosa blasfemia con la que es imposible golpear al dios culpable que te acuna en sus brazos y, sudoroso, manosea, como un avaro, todo lo que fueron los azules.
El sueño de Hamlet
La noche desabotona el alarido de las trompetas en los castillos de arena. Hamlet elige con su voz moribunda al director del cortejo fúnebre. Uno entre millones, uno al que no acobarde el pavor del oscuro útero femenino. Fuiste tú, Guerrero de larga trenza, fuiste tú el que venció a la fatalidad y al señor de los imposibles. ¿Entonces “qué bélico ruido es ese”? ¿Por qué el viento trae las crines del caballo de Fortinbrás? ¿Es qué no hay en este reino un solo valiente que regrese a la batalla, un humilde mensajero que se acerque a esa fortaleza en ruinas? ¿Tendremos que pedir clemencia al cielo? ¿No habrá nadie que acuda a la llamada de ese cuerno sementoso? ¿No habrá un compañero? ¿El destino será tan cruel que sólo nos ofrezca la sed y el trago venenoso en la copa?
El vaso sin fondo
Creonte, el epígono de la ceguera de los jueces, rompió el acuario que guardaba las lágrimas. ¿Por qué no hay ley que pueda vivir sin tristeza? La culpa, habernos enamorado de Dánae siendo los pastores del rebaño de nubes que transporta la lluvia de oro... De nuevo saldremos al mercado a vender la dignidad por unas monedas. De nuevo sacrificaremos a Antígona para sobrevivir. La verdad no basta. Las danaides seguirán llenando el vaso sin fondo.
Odesidios
¿Ves cómo vuela el albatros sobre las crestas relucientes? ¿Ves cómo humedece su cabeza en el salitre que quiere formar parte de la costa? Así la desesperanza habita los pasadizos invisibles del cielo, así extiende los campos de la derrota por mares sin cruces en los caminos. Hay Ulises que no regresaron jamás a Ítaca, los hay que perecieron en las murallas de una Ilión fortificada, pero también los hay que naufragaron en su cobardía. Amparados por el silencio de los náufragos, entregan sus despojos al arrecife, para festín de gavinas y carramarros, que los devoraran a picotazos estérilmente crueles.