Ramsés II el Grande
Rafael Moriel
Usermaatra Setepenra o Ramsés Meriamón, más conocido como Ramsés II el Grande, fue el tercer faraón de la Dinastía XIX, fundada por su abuelo Ramsés I, que alcanzó rango gracias a su carrera militar.
Hijo del faraón Seti I y su gran esposa real Tuya, Ramsés II tuvo al menos dos hermanas y un hermano llamado Nebchasetnebet, que no alcanzó la edad adulta, por lo que Ramsés se convirtió en corregente de Seti I con tan sólo catorce años. Pero Ramsés ya soñaba desde niño con ser faraón. Criado en una familia de militares, quiso llegar incluso más lejos que los constructores de las pirámides, alcanzando la inmortalidad a través de sus monumentos.
Con apenas veinticinco años, Ramsés II se convirtió en faraón de Egipto y rey del mundo, insistiendo en su origen divino. Sus sesenta y seis años de reinado lo afianzan como un auténtico rey de la propaganda sin escrúpulos, conocido como único gobernante durante varias generaciones, combatiendo en la batalla más famosa de la historia egipcia y firmando el primer tratado de paz conocido, atribuyéndose a sí mismo una fama de general invencible.
La famosa batalla de Kadesh, al norte de Siria, sucedió en torno al quinto año de su reinado, tras intentar expulsar a los hititas. El rey hitita Muwatallis II tendió una emboscada a Ramsés II, quien, confiado, había rehusado los consejos de sus generales, luchando en la emboscada con muy pocos hombres. Sin embargo, el resto de las tropas egipcias, retiradas tras sus órdenes, llegaron a tiempo de evitar la derrota frente a los hititas, que al menos los duplicaban en número. El joven Ramsés II, en una apabullante maniobra propagandística, se atribuyó la victoria, firmando un astuto tratado de paz con el rey hitita, que afianzó desposándose con una de sus hijas.
Ramsés II otorgó todo el poder militar a sus hijos, nombrando sumo sacerdote a Nebumenef, cercano a su entorno, lo que facilitó sus relaciones con el clero. Ordenó trasladar la capital del imperio egipcio a Menfis, y posteriormente a la nueva ciudad de Pi-Ramsés Aa-najtu (la ciudad de Ramsés), lejos de Tebas. Tras resolver sus problemas militares, Ramsés II se centró en borrar las huellas de otros faraones, incluyendo a su padre, destacándose con especial ahínco en Akenatón.
Las construcciones de Ramsés II demuestran su carácter ambicioso. Tan sólo con la sala hipóstila de Karnak se ganó la inmortalidad, aunque destaca, asimismo, el complejo de Abu Simbel en Nubia, con el que se erigió rey del sol; sus arquitectos fueron instruidos en astronomía y dedicó el segundo templo a su esposa preferida, la reina Nefertari. Abu Simbel está considerada la joya de Egipto, e incluye los nombres grabados de sus primeros 45 descendientes legítimos entre sus paredes. El día 21 de octubre y el 21 de febrero (61 días antes y 61 días después del solsticio de invierno), los rayos del sol penetraban en el templo principal, hasta la segunda sala, iluminando los rostros de las estatuas de Ra, Amón y Ramsés II, quedando la estatua de Ptah (dios de la oscuridad) en penumbra. Se cree que estas fechas coinciden con la coronación de Ramsés II y el día de su cumpleaños. La reubicación final del templo, llevada a cabo entre 1964 y 1968, debido a problemas derivados de la presa de Asuán, desplazaron el fenómeno solar al 20 de febrero y el 22 de octubre.
Ramsés II usurpó el mayor número posible de monumentos erigidos por sus predecesores, empleando técnicas bajo relieve que dejaron su sello por todo el imperio egipcio, tallando los cartuchos con su nombre hasta una profundidad de quince centímetros, para dificultar su posterior modificación. Sus más de cien descendientes (152 conocidos) fueron enterrados en la tumba KV7 del Valle de los Reyes, la más grande conocida, descubierta en 1988 y que, al igual que la tumba de Ramsés II, fue destruida por las aguas que arrasan el valle periódicamente.
Se cree que el gran maestro de la propaganda política, el más vanidoso de todos los faraones, murió a los noventa años. La riqueza contenida en su enterramiento es de origen desconocido. Actualmente, las tumbas más hermosas conocidas se corresponden con la de Seti I y Nefertari, su padre y su esposa preferida.
Ramsés II excluyó de la historia a Akenatón, a Tutankamón y al resto de faraones, hasta la dinastía XIX. Sin embargo, su largo reinado y el inmenso esfuerzo constructor resultaron letales para Egipto, dejando al próspero Imperio Nuevo con sus días contados.