Aranzazu y el cirio de Auden
Enrique Gutiérrez Ordorika
Retumba el tambor y mis pies no están en la avenida. Auden nos dejó, poniendo un cirio en el altar para que quemáramos por él los versos falsos, cuando su temblor no palpitara entre los vivos. No era un inconsciente, pero se traicionó. Un creyente en la eternidad tiene menos coartadas para robar miserias a este mundo. Maiakovski pintó las ventanas de la Rosta con consignas incendiarias y luego se pegó un tiro por un desengaño amoroso. Había un viento en el vaivén de aquellas faldas, como en los tules de Isadora una juventud marchita. A uno le piden que arda como una antorcha y luego le echan en cara que se consume. Es difícil encontrar su nombre en las antologías del fin de siglo. Los partidarios de Eliot practican otros sacerdocios. La sangre siempre se sirve en cáliz y soporta ceremonias. Atxaga debería escribir algo sobre el Hotel Angleterre. Se necesitan voces que suenen a locomotora entre tanto tartamudo; y existen infinitas vías muertas llenas de desahucios. Dan lástima las lágrimas de los críticos. Dicen que la literatura busca refugio en las columnas de los periódicos. Las portadas deberían anunciarse en un ombligo con escape, como la fuente de Duchamps. ¿Alguno de los oráculos de este país sabe si aún vive Aguirre Gandarias? El futuro se nos muere entre los tímidos y los ejecutados por enfermedades contagiosas. Bienaventuradas las reglas de la métrica mister Auden. Bienaventurados los que pueden reconvertir Treblinkas en lugares de veraneo... Pero cuidado, no vaya a ser que los quemados por el sol terminen llamando a dios asesino. Oteiza está condenado a agigantarse todavía. Los que osan perseverar en sus sueños son el augurio que consuela entre tinieblas a los corazones perezosos. La última esperanza está en danza, tiene pavor a los limpiadores de delitos, teme que terminen borrando a los últimos transgresores, teme que no haya malvados en el juicio final. Y ni Shakespeare tendría suficiente talento para escribir una buena tragedia con un Macbeth bondadoso. Si por mí fuera dejaría consumir el cirio de Auden. No quiero que Eliot me pueda ubicar entre sus hombres huecos. Soy culpable, alevosamente culpable. Mis lamentos se sentarán a la izquierda, en el banco del ladrón malo, cuando el polvo se cobre las cenizas. Nadie verá esbozar una mueca o pedir la última palabra. Es absurdo no consumir antes de morir todos los ahorros.